Frederic Brown por Martín Gardner en The Ambidextrous Universe, 1964.
El profesor Jones había trabajado en la Teoría del Tiempo por muchos años.
“Encontré la ecuación clave”, le dijo a su hija. “El tiempo es un campo. Yo inventé esta máquina que puede manipular, incluso invertir, ese campo”.
Presionando un botón mientras hablaba, dijo: “Esto debería hacerlo retroceder hacerlo debería esto”, dijo, hablaba mientras botón un presionando.
“Campo ese, invertir incluso, manipular puede que máquina está inventé yo. Campo un es tiempo el” Hija su a dijo le, “clave ecuación la encontré”.
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Ricoeur, J.M. Schaeffer y J. Bruner coinciden en considerar la narración como un importante instrumento de conocimiento humano. Para Ricoeur, los relatos son "modelos para volver a describir el mundo". En este sitio encontrarás relatos que pueden vertebrar una clase de biología, química, matemática, química, filosofía y otras disciplinas.
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Hola profe ingeniosa y creativa: aquí te acerco una contibución para la red de la máquina del tiempo y de las hormigas. Espero te guste:
ResponderEliminarLA HORMIGA- Augusto Bianco (Italia).
En el alba del primer día, cuando aún no le había impreso ningún movimiento al universo, y la tierra, el agua, el aire y el fuego eran una misma y sola cosa, advirtió que a sus pies algo se movía. Una hormiga. No es posible, pensó, debe ser una alucinación, el desbarro de una quimera. Y cediendo a un impulso, la aplastó con el pie.
Luego abrió el espacio, lo sembró de cuerpos celestes, le imprimió a cada planeta una órbita, les asignó una duración, y confiado, echó su aliento germinal sobre todo. Pero la creación siguió inerte, quieta, muerta. Intentó serenarse. Retrotrajo todo lo hecho y repitió el procedimiento una y más veces con el mismo resultado.
Desalentado, probó con formas parásitas. Dio con algunos hongos que se espesaban en las emanaciones de su cuerpo, pero nunca logró que se afirmaran con la mínima autonomía.
Recordó entonces a la hormiga. En la ilusión de copiarla o reconstruirla partió en su búsqueda, pero en ese primer intento fue incapaz de dar con el tiempo y el espacio en que aquello había acontecido. Abatido, contó hasta setecientos setenta y siete mil setecientos setenta y siete millones que para él no eran nada, y se puso nuevamente a la tarea. En el límite de sus fuerzas, cuando ya le corría un frío helado, logró dar con los pliegues espaciotemporales que conservaban los pulverizados restos de la hormiga. Hizo retroceder un poco más la máquina del tiempo, logró deshacer su propio acto destructivo y volverla a la vida. Entonces respiró. Ahora, ese engendro estaba ahí. Era real y se movía. Real gracias al tiempo que era él, al espacio que era él y a la materia que era él. Él era el tiempo, el espacio y la materia, pero esa cosa no era él. Necesitaba entender, descifrar ese enigma. Aguardó a que esa cosa viva se durmiera, se des-dimensionó y se lanzó a nadar por la interioridad de esa materia otra. De aquella travesía emergió deshecho, sin fuerzas para analizar la enormidad de datos que traía (o creía traer). Se miró al espejo para reconfirmar su integridad y se abandonó al sueño. Fue entonces que una fuerza huracanada lo desmaterializó y rematerializó tantas veces de tan diferentes maneras y a tan alta velocidad, que cuando quedó a las puertas mismas de la primera cópula celular (que tampoco era la primera), en el inicio de todo lo existente (que tampoco era el inicio ni era todo lo existente), creyó recordar que de joven había hecho una experiencia parecida, aunque quizá en sentido inverso, cuando sin proponérselo ni seguir plan preconcebido alguno se había lanzado a mezclar, fundir, recombinar y no había podido contenerse hasta encontrarse ante un miríada de inconcebibles formas animadas. Y recordó su euforia y que en su exaltación, para experimentar a cuerpo entero la potencia de ese momento, se había introducido en una de esas formas animadas elegida al azar, hasta que alguien que parecía haber sido él mismo lo había aplastado con el pie.