Oliverio coleccionaba preguntas como quién junta figuritas. Pero con tres diferencias:
1) que no podía comprarlas en los quioscos;
2) que nadie se las cambiaba; y
3) que el álbum no se llenaba jamás.
Sabía que no podía comprarlas en el quiosco porque cada vez que lo intentaba la quiosquera lo miraba con cara rara, le regalaba un caramelo y le decía: "Vaya, m´hijito, nomás".
Había comprobado que nadie se las cambiaría porque cada vez que mostraba una pregunta, le devolvían una respuesta.
Y el álbum no se llenaba jamás porque el lugar donde escribía las preguntas no era un álbum sino un cuaderno de tapas duras. Pero volvamos al principio.
Oliverio coleccionaba preguntas como quien junta figuritas. Preguntas de toda clase.
Grandes y chicas como: ¿Te gustaría saber por dónde queda el río por el cual el último barco fenicio pasó antes de que la civilización romana llegara a su fin? O bien: ¿Cómo te va?
Fáciles y difíciles como: ¿De qué color era el caballo blanco de San Martín? O bien: ¿Cuál es la raíz cuadrada de dos millones ochocientos cincuenta mil uno?
Interesantes o estúpidas como: ¿Por qué si la Luna es más chica la veo más grande que a cualquier estrella? O bien: ¿Seré el chico más bello del mundo?
Cuando empezó, las únicas que juntaba eran las preguntas que se le ocurrían a él.
Con el tiempo, los amigos se interesaron por ayudar a Oliverio y le regalaron un montón de las suyas.
Preguntas de toda clase.
De mujeres y de varones. Con respuestas o sin respuestas. Aburridas y simpáticas. Dulces y saladas. Con palabras raras y hasta con palabrotas.
Oliverio se cansó de escribir preguntas en su cuaderno. Hasta que un día se le empezaron a repetir.
Venía uno con una pregunta dificilísima y Oliverio decía: "Ah, esa ya la tengo"
Repetida. Repetida. Repetida.
Le venían todas las preguntas repetidas.
Hasta que conoció a María Laura y, de una sola vez, se le ocurrieron diez mil: ¿Quién es esa chica? ¿Cómo se llama? ¿Por qué es tan linda? ¿De qué color tiene los ojos? ¿Le hablo o no le hablo?
No tenía ninguna.
¿Por qué no puedo dejar de mirarla? ¿Cuántos años tiene? ¿A qué escuela va?¿La invito o no la invito a pasear?
Anotó en su cuaderno sin parar.
¿Por qué usa flequillo? ¿Sabrá patinar? ¿Dónde vive? ¿Le gustará ir al cine conmigo?
Escribió como cuatro horas seguidas.
Su colección creció de golpe. Llenó de preguntas hasta la última hoja del cuaderno.
Y ya iba a iniciar uno nuevo, cuando de repente… ¡Seguro que se le acabó la tinta!
Salió a la vereda y la encontró.
Lo primero que supo es que se llamaba María Laura y lo demás decidió averiguarlo de a poco.
Pero volvamos al principio.
Oliverio coleccionaba preguntas como quien juntaba figuritas.
Y desde entonces, sin proponérselo, un nuevo cuaderno se le fue llenando de respuestas
Ricoeur, J.M. Schaeffer y J. Bruner coinciden en considerar la narración como un importante instrumento de conocimiento humano. Para Ricoeur, los relatos son "modelos para volver a describir el mundo". En este sitio encontrarás relatos que pueden vertebrar una clase de biología, química, matemática, química, filosofía y otras disciplinas.
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jueves, 4 de junio de 2009
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