lunes, 8 de junio de 2009

Nada hay más útil...

"Nada hay más útil que la literatura, porque ella nos enseña a interpretar la ideología y nos convierte en seres libres al demostrarnos que todo puede ser creado y destruido, que las palabras se ponen una detrás de la otra como los días en el calendario, que vivimos, en fin, en un simulacro, en una realidad edificada, como lso humildes poemas o los grandes relatos, y que podemos transformarla a nuestro gusto, abriendo o cerrando una página, escogiendo el final que más nos convenga, sin humillarnos a verdades aceptadas con anteriordad. Porque nada existe con anterioridad, sólo el el vacío, y todo empieza cuando el estilete , la pluma, el bolígrafo , las letras de la máquina o el ordenador se inclinan sobre la superifcie de la piel o del papel para inaugurar así la realidad" Luis GArcía Montero, Confesiones Poéicas, GRanada, 1993, pág. 144

Los relatos como accesos indiscutidos a la experiencia

Algunos abordajes posibles. Este espacio está abierto para que quienes lean dejen en comentarios, nuevas estrategias o recorridos para los textos propuestos y para sumar textos nuevos también!!!!
• Actividades de inicio
a. A partir de la siguiente cita que aparece en la portada de la antología:
“De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es sin duda, el libro. Los demás son extensiones del cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación.”
Jorge Luis Borges
1. Reflexionar sobre la cita de Borges y escribir que asociaciones te despierta.
2. . Explicar por qué el libro no es una extensión del cuerpo como el resto de los objetos que aparecen mencionados en el epígrafe
b. A partir de la observación de la siguiente imagen de un texto publicitario de la feria del libro española:



1. Explicá cuál es el mensaje que evoca la imagen.
2. Reconocé la metáfora visual.
3. Inventá otras metáforas sobre el libro.
4. Relacioná la imagen con el poema de Pablo Neruda.
5. Compartí oralmente qué relaciones posibles hallás entre el epígrafe que inicia la antología y la imagen publicitaria.
6. Creá a partir de todo lo analizado una metáfora visual que exprese todo lo experimentado. (Buscar imágenes, modificarlas, trabajar fotomontaje o collage, emplear libremente paint brush o photoshop)
8. A partir del título del poema de Pablo Neruda te invitamos a escribir tus propios versos.
9. Socializar tus producciones en la siguiente clase.
• Actividades con los textos seleccionados
Los textos serán leídos como situaciones-problema
Algunos abordajes para trabajar las relaciones entre literatura y conocimiento.
• Texto 1. Oliverio junta preguntas
1. Luego de la lectura del cuento
a. Elaborá posibles preguntas que te hayas planteado en torno al texto
b. Socializá las preguntas con tus compañeros
c. ¿Qué beneficios le trae al hombre hacerse preguntas? Elaborá una lista.
d. ¿Qué preguntas te harías en torno a los temas y a las personas que te interesan? Elige una persona y un tema que te resulten un enigma.
e. Elabora una reflexión personal acerca de lo que te deja el cuento a nivel personal.
Observaciones: Interdisciplinariedad con Filosofía o con el espacio de Proyecto de investigación.
• Texto 20: La hormiga de Marco Denevi.
Lee atentamente este texto y resolvé con tus compañeros estas consignas:
a. Explicá por qué muere la hormiga en no menos de tres renglones.
1. -Escribí un discurso apasionante para convencer a la población de hormigas que está bajo tierra de que fuera de hormiguero la vida podría ser mejor.
-Usá las estrategias que consideren más apropiadas y convenientes. El discurso debe salvarle la vida a la hormiga protagonista de la historia.
-Pensá una lista de ideas que no deberían faltar en ese discurso. Incluirlas de manera que tengan algún efecto sobre la audiencia de hormigas.
2. Elegir un representante del grupo para pronunciar el discurso.
3. Seleccioná -con coordinación de los profesores y por votación individual- el discurso más convincente que podría salvar a la hormiga.
4.Pensá con el grupo grande: ¿qué aspectos del discurso hacen que sea el más eficaz? ¿Qué es más importante la forma o el contenido?
• Texto 5. El mito de la caverna de Platón.
a. Leé atentamente este texto y explicá qué relaciones hallás entre El mito de la caverna y la hormiga de Marco Denevi. (Teoría del conocimiento)
b. Observá en grupo el video que se encuentra en la siguiente dirección de la red: http://www.youtube.com/watch?v=nxVwsKNv08Q
c. ¿Qué interpretaciones tiene para la filosofía el mito?
d. Trabajo individual: Escribí un texto personal en el que expliques en qué medida los seres humanos nos parecemos a las hormigas de la historia y en qué medida nos hallamos en la caverna platónica (mínimo 12 líneas)
e. ¿Qué relaciones hallás entre Colón o Marco Polo y la hormiga protagonista? Desarrollá esta idea con la colaboración de tu profesor de historia.
Observaciones: Textos 5 y 20, Interdisciplinariedad con Filosofía. El texto 5 también puede trabajarse desde la perspectiva histórica.

• Texto 6. El mundo de Eduardo Galeano.
a. Leer el texto Intentar imitar al hombre que subió al cielo y enunciar comportamientos humanos que se puedan relacionar con las características de cada uno de los "fueguitos"

b. Todos somos únicos e irrepetibles, ¿Podés encontrar similitudes y diferencias de los humanos con los fueguitos?
c. Elegí el tipo de fueguito que te gustaría ser y contá la historia de vida o alguna aventura de ese fueguito por el mundo.
d. Indagá que cosas o aspectos de la persona humana la vuelven única e irrepetible, preguntá a tu profesor de Filosofía y de psicología. Compartí con tus compañeros las respuestas halladas.
e. ¿Qué conexiones es posible establecer entre la raza, el sexo, la edad, los temperamentos, las pasiones, la indiferencia y la manifestación de los fueguitos?
Observaciones: Texto 6 Interdisciplinariedad con Filosofía, Etica ciudadana y Psicología.

• Texto 7. La oveja negra de Monterroso.
a. ¿a quién se denomina en la sociedad oveja negra? ¿Por qué? Fundamentá.
b. ¿Cuál es el destino de las ovejas negras en las distintas sociedades?
c. ¿Qué tienen en común la hormiga de Marco Denevi con la oveja negra de Monterroso?
d. Reconocé el uso de la ironía en el cuento de Monterroso. ¿Dónde estaría ubicada? Marcá el texto y explicá.
e. Para trabajar con la profesora de historia: ¿En qué épocas o momentos históricos se empleó la estrategia de la oveja negra que se menciona en el cuento?
f. Escribí un texto donde reivindiques a las ovejas negras de la historia. Un ejemplo: Juana de Arco, Las víctimas de la inquisición, los estudiantes argentinos que durante el 70 lucharon por el boleto estudiantil.
g. Investigá alguno de estos casos u otros que te mencione la profesora de historia y tratá de fundamentar por qué constituían ovejas negras y de qué manera el estado usa las figuras de las ovejas negras para mantenerse en el poder.
Observaciones: Interdisciplinariedad con Historia, con Ciencias políticas, con Ética ciudadana.
• Texto 2. Las líneas de la mano. Cortázar
a. Recuperar con toda la clase un concepto de ficción y explicar al grupo qué hace a este texto ficcional.
b. Leer juntos con los alumnos el cuento y recordar que Cortázar emplea aquí una estrategia ficcional que se denomina estrategia de pasaje. ¿En qué momento la historia pasa de un espacio o plano a otro?
c. Observá detenidamente la imagen llamada Los cuatro gatos que se encuentra en la portada de la antología. ¿Podés distinguir cuál es el gato real y el gato que se presenta como espejo? ¿Es posible distinguir en dicha imagen algún pasaje?
d. Comprará el cuento las líneas de la mano con la imagen de los cuatro gatos y expresá qué sensaciones e ideas te surgen luego de analizar ambas obras.
e. Indagá desde Biología, Filosofía o desde Comunicación: ¿Cómo puede el hombre distinguir lo real de lo imaginario? ¿Cuáles son sus limitaciones?
Observaciones: Textos para trabajar en Comunicación, Biología, Filosofía y lengua y literatura.
• Texto 13. La rana que quería ser auténtica. Monterroso.
a. ¿Qué es para vos ser auténtico?
b. ¿Qué personas admirás por ser auténticas?
c. ¿Qué cosas hacen que una persona deje de ser auténtica?
d. Para trabajar con la profesora de filosofía: ¿Cuál es el dilema del ser?
e. ¿ Qué significará la cita “ser o no ser, esa es la cuestión” que aparece en Hamlet de Shakespeare?
f. Observá el film Ms. Little Sunshine de jhonatan Dayton. 2006
Argumento
Los Hoover realizan un viaje a California para presentar a su hija Olive (Abigail Breslin) a un concurso de belleza llamado Pequeña Miss Sunshine. Ante la gran ilusión de la niña sus padres Richard (Greg Kinnear) y Sheryl (Toni Collette) acceden a hacer un largo trayecto durante el cual las personalidades de los miembros de la familia saldrán a flote y los problemas que ello condicione complicarán las cosas. En la furgoneta Volkswagen amarilla se dan cita el abuelo de Olive y padre de Richard (Alan Arkin) quien ayuda a Olive con el concurso, el tío Frank (Steve Carell) profesor experto en la obra de Marcel Proust que se recupera de un intento de suicidio tras ser abandonado por su novio, y el hermano de Olive, Dwayne (Paul Dano) fanático de Nietzsche quien realiza un voto de silencio hasta ingresar en la Fuerza Aérea de los Estados Unidos.
g. ¿Cuál es el dilema que se le presenta a la protagonista?
h. ¿Quiénes son auténticos en la familia de la protagonista?
i. ¿Quiénes luchan por conseguir la autenticidad?
j. Realizá una ficha técnica de la película (director, título, actores, sinopsis del film, opinión personal del film en relación el tema analizado en clase)
k. Compartí con tus compañeros en breves exposiciones.
• Textos 14, 15, 17 y 19. El género policial, el texto como resolución de enigmas.
a. Escribí cuál es el enigma o los enigmas que aparecen en el texto
b. ¿Qué caminos siguen los personajes para resolverlos?
c. ¿qué caminos debiste seguir vos cómo lector para darte cuenta de la resolución de los enigmas?
d. Elaborá un cuadro con todas las acciones que permiten que una verdad se pueda develar, y mencioná quienes las realizan.
e. Elegí uno de los cuentos sugeridos y contá la historia adoptando el rol de un investigador, ¿qué decisiones tomaste para descubrir el enigma? ¿Cómo pondrías en evidencia a quienes cometen un delito?
• Para trabajar puntualmente La muerte y la brújula de Borges.
a. Este cuento plantea la conexión de los problemas abstractos de la filosofía al lenguaje de las imágenes y los símbolos. Siguiendo a Silvia Long-Ohni*, En "La muerte y la brújula" Borges juega con pares de opuestos (simetría) que se interaccionan para conformar una totalidad que es representación del mundo tal como es pensado y percibido por el mismo Borges. Estos términos opuestos se interceptan e interactúan construyendo un laberinto (mental y real), representación tanto del tiempo (día 3) como del espacio (cuatro puntos cardinales), dentro del cual el propio hombre intenta su búsqueda. Esta búsqueda se da para Borges en términos de una dialéctica donde hay dos "razones" que se contraponen y entre las cuales se establece una confrontación (la figura del bifronte), una especie de acuerdo en el desacuerdo pero también una especie de sucesivos cambios de posiciones inducidos por cada una de las posiciones (contrarias)
b. Explicá cómo aparecen y dónde los siguientes pares de opuestos: LO REAL / LO CONCRETO - LO FICTICIO / LO PENSADO, LO CASUAL / LO CAUSAL, EL DESTINO / LA LIBERTAD, LO REAL / LO VIRTUAL - LO VERDADERO / LO APARENTE, LO PERMANENTE / LO MUTABLE.
c. Desarrollá y fundamentá qué aspectos del cuento te cautivaron o te llamaron más la atención.
d. ¿En qué casos es posible decir la mente es un laberinto? Explicá las semejanzas presentes en esta metáfora.
• Otras propuestas de escritura para algunos cuentos
a. Escribí un texto argumentativo donde fundamentes las relaciones entre la vida y el ajedrez. (Jaque mate en dos jugadas)
b. Escribí otra versión de Guerra química.
c. Compone el relato que cuente la historia de la oveja negra como narradora protagonista.
d. Redactá el diálogo entre la rana y la hormiga en un encuentro en el más allá.
e. Diseñá las instrucciones para ser una rana auténtica y no morir en el intento



• Otros abordajes disciplinares más genéricos.
a. Biología o Edi Medio Ambiente: Guerra química de Coletti.
b. Física: Fin (para abordar la teoría del tiempo, la posibilidad de la reversibilidad temporal)
c. Matemática: La muerte y la brújula.
d. Psicología: Edipo, La loca del relato y el crimen, Axolotl
e. Plástica: La muerte y la brújula, y todos los cuentos pueden trabajarse desde el lenguaje de las formas y los colores.
f. Historia y Geografía: Eclipse y El mundo.

jueves, 4 de junio de 2009

Fundamentando nuestras ideas

Proyecto Final:
“Construyendo sentidos a través de la literatura”


Docentes a cargo:
• Cena, Brenda
• Cervigni, Elizabet
• García, Ana María
AÑO 2009

1. Fundamentación
“La creación de un lenguaje interior del que emerge la literatura, la consolidación de una estructura mental, el cultivo del pensamiento abstracto que es esencialmente lenguaje, la lucha por recrear continuamente en torno a principios de verdad, justicia, libertad, belleza, generosidad, todo eso marca el camino del progreso y de convivencia. Y esto es, a su vez, cultivo y cultura de las palabras, revisión del inmenso legado escrito, que no es otra cosa que pensar con lo pensado, desear con lo deseado, amar con lo amado: en definitiva, soñar los sueños de las palabras que duermen en el legado de la tradición escrita, de la tradición real y que al soñarlas las despertamos, y, al tiempo que las despertamos, nos despertamos nosotros mismos con ellas” Emilio LLedó
A partir de esta cita del filósofo español Emilio Lledó se abre una alternativa, un camino para abordar la literatura como una forma de acceso al conocimiento. La literatura permite descubrir el sentido de la realidad humana, porque en la formulación del lenguaje se derivan unas cualidades formativas para el individuo –estéticas, cognitivas, afectivas, lingüísticas, etc-
La enseñanza de la literatura puede ser entendida como una posibilidad de comprender el mundo y la cultura, por su ofrecimiento de modelos de lengua y discurso, por su generación de un sistema de referentes compartidos que constituye una comunidad cultural a través del imaginario colectivo y por su cualidad de instrumento de inserción del individuo en la cultura.
La literatura está construida a partir de formas explicativas lógicas y narrativas que junto con la transmisión de patrones de vida comunitaria, contribuye a la formación de la persona, una formación ligada a la construcción de la sociabilidad y realizada a través de la confrontación con textos que explicitan la formas en que el ser humano se representa el mundo objetivo, el mundo social y el mundo subjetivo.
Este tipo de interacción, por medio de la lectura, confirma la idea de Santos Guerra, para quien “la formación no se logra sólo a través de conocimientos. Es necesario propiciar experiencias de comunicación abierta, sincera y auténtica que (le) ayuden a crecer en libertad y en el respeto a la propia dignidad y a la dignidad del otro (Cortina, 1994; Marina, 1995) ”.

Este autor-citando a Howard Gardner- propone entonces el desarrollo de una inteligencia como “capacidad para resolver un problema o para producir bienes que tengan un valor en un contexto cultural o colectivo concreto". Es a partir de la intersubjetividad que el individuo logra la experiencia del mundo y la experiencia de ser humano con otros.

Este proyecto intenta abordar el carácter moral y cognitivo del lenguaje a través de una selección de textos que brindará al alumno la ocasión de enfrentar la diversidad social y cultural al tiempo que se inicie en las grandes cuestiones filosóficas que se retoman a lo largo de todos los tiempos.
Este trabajo también plantea la necesidad de convocar a otros espacios curriculares interesados en experimentar la literatura como una manera de vivenciar otros modos de conocer hacia el interior de cada disciplina. Como dice Martín Cohan en un artículo de Teresa Colomer: “la literatura nos prepara para leer mejor todos los discursos sociales”
2. Objetivos
• Ampliar competencias literarias desde las diferentes disciplinas o espacios curriculares.
• Propiciar el conocimiento del patrimonio literario universal como legado cultural.

3. Conceptuales Contenidos
La literatura como modo de representación. Definición de literatura. Mundos posibles. La metáfora en la literatura y las ciencias. Géneros literarios: realistas y no realistas. El género fantástico y de ciencia ficción. Ficción y realidad. Definiciones.
4. Contenidos Procedimentales
-Sistematización de estrategias de comprensión y producción de textos a partir de la identificación de lectores, contextos y géneros discursivos.
-Utilización adecuada y pertinente de los caracteres formales, semánticos y pragmáticos en el análisis del texto como fenómeno cultural.
-Producción de textos de diversos géneros, ficcionales y no ficcionales
-Análisis de textos literarios
-Explicitación de inferencias, de comparación, de estructuración espacio-temporal.
-Interpretación guiada a partir de formulación de hipótesis, constatación de hipótesis a partir de la lectura y escritura.
-Escritura creativa a partir de consignas de invención
5. ContenidosActitudinales
- Adoptar una actitud crítica y, de este modo, tomar conciencia ante los diferentes modos de acceder al conocimiento.
- Adoptar una actitud positiva y de curiosidad ante la lectura de textos literarios en otras disciplinas.
- Comprender los conceptos y procesos básicos relacionados con los modos de conocer e interpretar el mundo. (ver el mundo como un mapa de signos)
- Aprender a convivir con personas de distinto sexo, género, cultura y modos de pensamiento.
- Ser capaz de mantener una actitud activa durante el aprendizaje de los diversos aspectos abordados en la Unidad Didáctica que se propone para este proyecto..
- Crear un clima basado en los valores de igualdad y justicia social para el tratamiento de los temas propuestos en la antología.

7. Cronograma
Segundo cuatrimestre
Abordar los principales temas eje durante seis clases de ochenta minutos.
8. Evaluación
• Proyecto final
a. Buscar otras obras de los autores propuestos y armar sus propios itinerarios lectores, en forma grupal.
b. Los itinerarios armados deberán contener al menos una actividad para compartir con los posibles lectores durante una semana de socialización.

9. Bibliografía
• Bravo y Adúriz. Literatura y representación. Kapeluz. 1999. Buenos Aires.
• Colomer, Teresa. La enseñanza de la literatura como construcción de sentido. Revista Lectura y vida. Marzo 2001.
• Lomas Carlos. Cómo enseñar a hacer cosas con palabras. Tomo II. Pidós. 1999.Barcelona.
• Pampillo, Gloria. Permítame contarle una historia. Eudeba.2001. Buenos Aires.
• Sardi, Valeria. Ficción como creadora de mundos posibles. Longseller. 2003. Buenos Aires.
• Vigostky, L. Pensamiento y lenguaje. La Pléyade, 1973. Buenos Aires

Antología para el proyecto de Literatura como construcción de sentidos

“De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es sin duda, el libro. Los demás son extensiones del cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación.”
Jorge Luis Borges

1.Oliverio junta preguntas Silvia Schujer

Oliverio coleccionaba preguntas como quién junta figuritas. Pero con tres diferencias:

1) que no podía comprarlas en los quioscos;
2) que nadie se las cambiaba; y
3) que el álbum no se llenaba jamás.

Sabía que no podía comprarlas en el quiosco porque cada vez que lo intentaba la quiosquera lo miraba con cara rara, le regalaba un caramelo y le decía: "Vaya, m´hijito, nomás".

Había comprobado que nadie se las cambiaría porque cada vez que mostraba una pregunta, le devolvían una respuesta.

Y el álbum no se llenaba jamás porque el lugar donde escribía las preguntas no era un álbum sino un cuaderno de tapas duras. Pero volvamos al principio.

Oliverio coleccionaba preguntas como quien junta figuritas. Preguntas de toda clase.

Grandes y chicas como: ¿Te gustaría saber por dónde queda el río por el cual el último barco fenicio pasó antes de que la civilización romana llegara a su fin? O bien: ¿Cómo te va?

Fáciles y difíciles como: ¿De qué color era el caballo blanco de San Martín? O bien: ¿Cuál es la raíz cuadrada de dos millones ochocientos cincuenta mil uno?

Interesantes o estúpidas como: ¿Por qué si la Luna es más chica la veo más grande que a cualquier estrella? O bien: ¿Seré el chico más bello del mundo?

Cuando empezó, las únicas que juntaba eran las preguntas que se le ocurrían a él.

Con el tiempo, los amigos se interesaron por ayudar a Oliverio y le regalaron un montón de las suyas.

Preguntas de toda clase.

De mujeres y de varones. Con respuestas o sin respuestas. Aburridas y simpáticas. Dulces y saladas. Con palabras raras y hasta con palabrotas.

Oliverio se cansó de escribir preguntas en su cuaderno. Hasta que un día se le empezaron a repetir.

Venía uno con una pregunta dificilísima y Oliverio decía: "Ah, esa ya la tengo"

Repetida. Repetida. Repetida.

Le venían todas las preguntas repetidas.

Hasta que conoció a María Laura y, de una sola vez, se le ocurrieron diez mil: ¿Quién es esa chica? ¿Cómo se llama? ¿Por qué es tan linda? ¿De qué color tiene los ojos? ¿Le hablo o no le hablo?

No tenía ninguna.

¿Por qué no puedo dejar de mirarla? ¿Cuántos años tiene? ¿A qué escuela va?¿La invito o no la invito a pasear?

Anotó en su cuaderno sin parar.

¿Por qué usa flequillo? ¿Sabrá patinar? ¿Dónde vive? ¿Le gustará ir al cine conmigo?

Escribió como cuatro horas seguidas.

Su colección creció de golpe. Llenó de preguntas hasta la última hoja del cuaderno.

Y ya iba a iniciar uno nuevo, cuando de repente… ¡Seguro que se le acabó la tinta!

Salió a la vereda y la encontró.

Lo primero que supo es que se llamaba María Laura y lo demás decidió averiguarlo de a poco.

Pero volvamos al principio.

Oliverio coleccionaba preguntas como quien juntaba figuritas.

Y desde entonces, sin proponérselo, un nuevo cuaderno se le fue llenando de respuestas

2. Las líneas de la mano de Cortázar, J.

en Pida la palabra , pero tenga cuidado. En Manual de Cronopios. Publicacion del club de Cronocpios de Suecia , 1986

De una carta tirada sobre la mesa sale una línea que corre por la plancha de pino y baja por una pata. Basta mirar bien para descubrir que la línea continúa por el piso de parqué, remonta el muro, entra en una lámina que reproduce un cuadro de Boucher, dibuja la espalda de una mujer reclinada en un diván y por fin escapa de la habitación por el techo y desciende en ala cadena del pararrayos hasta la calle. Ahí es difícil seguirla a causa del tránsito, pero con atención se la verá subir por la rueda del autobús estacionado en la esquina y que lleva al puerto. Allí baja por la media de nilón cristal de la pasajera más rubia, entra en el territorio hostil de las aduanas, rampa y repta y zigzaguea hasta el muelle mayor y allí (pero es difícil verla, sólo las ratas la siguen para trepar a bordo) sube al barco de turbinas sonoras, corre por las planchas de la cubierta de primera clase, salva con dificultad la escotilla mayor y en una cabina, donde un hombre triste bebe coñac y escucha la sirena de partida, remonta por la costura del pantalón, por el chaleco de punto, se desliza hasta el codo y con un último esfuerzo se guarece en la palma de la mano derecha, que en ese instante empieza a cerrarse sobre la culata de una pistola.

3. FIN

Frederic Brown por Martín Gardner en The Ambidextrous Universe, 1964.
El profesor Jones había trabajado en la Teoría del Tiempo por muchos años.
“Encontré la ecuación clave”, le dijo a su hija. “El tiempo es un campo. Yo inventé esta máquina que puede manipular, incluso invertir, ese campo”.
Presionando un botón mientras hablaba, dijo: “Esto debería hacerlo retroceder hacerlo debería esto”, dijo, hablaba mientras botón un presionando.
“Campo ese, invertir incluso, manipular puede que máquina está inventé yo. Campo un es tiempo el” Hija su a dijo le, “clave ecuación la encontré”.
Años muchos por tiempo del Teoría la en Trabado había Jones profesor el.

5. El mito de la caverna

I - Y a continuación -seguí-, compara con la siguiente escena el estado en que, con respecto a la educación o a la falta de ella, se halla nuestra naturaleza.
Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia adelante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto, a lo largo del cual suponte que ha sido construido un tabiquillo parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de las cuales exhiben aquellos sus maravillas.
- Ya lo veo-dijo.
- Pues bien, ve ahora, a lo largo de esa paredilla, unos hombres que transportan toda clase de objetos, cuya altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o animales hechas de piedra y de madera y de toda clase de materias; entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados.
- ¡Qué extraña escena describes -dijo- y qué extraños prisioneros!
- Iguales que nosotros-dije-, porque en primer lugar, ¿crees que los que están así han visto otra cosa de sí mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está frente a ellos?
- ¿Cómo--dijo-, si durante toda su vida han sido obligados a mantener inmóviles las cabezas?
- ¿Y de los objetos transportados? ¿No habrán visto lo mismo?
- ¿Qué otra cosa van a ver?
- Y si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar refiriéndose a aquellas sombras que veían pasar ante ellos?
- Forzosamente.
- ¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente? ¿Piensas que, cada vez que hablara alguno de los que pasaban, creerían ellos que lo que hablaba era otra cosa sino la sombra que veían pasar?
- No, ¡por Zeus!- dijo.
- Entonces no hay duda-dije yo-de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados.
- Es enteramente forzoso-dijo.
- Examina, pues -dije-, qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su ignorancia, y si, conforme a naturaleza, les ocurriera lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbitamente y a volver el cuello y a andar y a mirar a la luz, y cuando, al hacer todo esto, sintiera dolor y, por causa de las chiribitas, no fuera capaz de ver aquellos objetos cuyas sombras veía antes, ¿qué crees que contestaría si le dijera d alguien que antes no veía más que sombras inanes y que es ahora cuando, hallándose más cerca de la realidad y vuelto de cara a objetos más reales, goza de una visión más verdadera, y si fuera mostrándole los objetos que pasan y obligándole a contestar a sus preguntas acerca de qué es cada uno de ellos? ¿No crees que estaría perplejo y que lo que antes había contemplado le parecería más verdadero que lo que entonces se le mostraba?
- Mucho más-dijo.
II. -Y si se le obligara a fijar su vista en la luz misma, ¿no crees que le dolerían los ojos y que se escaparía, volviéndose hacia aquellos objetos que puede contemplar, y que consideraría qué éstos, son realmente más claros que los que le muestra .?
- Así es -dijo.
- Y si se lo llevaran de allí a la fuerza--dije-, obligándole a recorrer la áspera y escarpada subida, y no le dejaran antes de haberle arrastrado hasta la luz del sol, ¿no crees que sufriría y llevaría a mal el ser arrastrado, y que, una vez llegado a la luz, tendría los ojos tan llenos de ella que no sería capaz de ver ni una sola de las cosas a las que ahora llamamos verdaderas?
- No, no sería capaz -dijo-, al menos por el momento.
- Necesitaría acostumbrarse, creo yo, para poder llegar a ver las cosas de arriba. Lo que vería más fácilmente serían, ante todo, las sombras; luego, las imágenes de hombres y de otros objetos reflejados en las aguas, y más tarde, los objetos mismos. Y después de esto le sería más fácil el contemplar de noche las cosas del cielo y el cielo mismo, fijando su vista en la luz de las estrellas y la luna, que el ver de día el sol y lo que le es propio.
- ¿Cómo no?
- Y por último, creo yo, sería el sol, pero no sus imágenes reflejadas en las aguas ni en otro lugar ajeno a él, sino el propio sol en su propio dominio y tal cual es en sí mismo, lo que. él estaría en condiciones de mirar y contemplar.
- Necesariamente -dijo.
- Y después de esto, colegiría ya con respecto al sol que es él quien produce las estaciones y los años y gobierna todo lo de la región visible, y que es, en cierto modo, el autor de todas aquellas cosas que ellos veían.
- Es evidente -dijo- que después de aquello vendría a pensar en eso otro.
- ¿Y qué? Cuando se acordara de su anterior habitación y de la ciencia de allí y de sus antiguos compañeros de cárcel, ¿no crees que se consideraría feliz por haber cambiado y que les compadecería a ellos?
- Efectivamente.
- Y si hubiese habido entre ellos algunos honores o alabanzas o recompensas que concedieran los unos a aquellos otros que, por discernir con mayor penetración las sombras que pasaban y acordarse mejor de cuáles de entre ellas eran las que solían pasar delante o detrás o junto con otras, fuesen más capaces que nadie de profetizar, basados en ello, lo que iba a suceder, ¿crees que sentiría aquél nostalgia de estas cosas o que envidiaría a quienes gozaran de honores y poderes entre aquellos, o bien que le ocurriría lo de Homero, es decir, que preferiría decididamente "trabajar la tierra al servicio de otro hombre sin patrimonio" o sufrir cualquier otro destino antes que vivir en aquel mundo de lo opinable?
- Eso es lo que creo yo -dijo -: que preferiría cualquier otro destino antes que aquella vida.
- Ahora fíjate en esto -dije-: si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se le llenarían los ojos de tinieblas, como a quien deja súbitamente la luz del sol?
- Ciertamente -dijo.
- Y si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad -y no sería muy corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse-, ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y no matarían; si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?.
- Claro que sí -dijo.
III. -Pues bien -dije-, esta imagen hay que aplicarla toda ella, ¡oh amigo Glaucón!, a lo que se ha dicho antes; hay que comparar la región revelada por medio de la vista con la vivienda-prisión, y la luz del fuego que hay en ella, con el poder del. sol. En cuanto a la subida al mundo de arriba y a la contemplación de las cosas de éste, si las comparas con la ascensión del alma hasta la. región inteligible no errarás con respecto a mi vislumbre, que es lo que tú deseas conocer, y que sólo la divinidad sabe si por acaso está en lo cierto. En fin, he aquí lo que a mí me parece: en el mundo inteligible lo último que se percibe, y con trabajo, es la idea del bien, pero, una vez percibida, hay que colegir que ella es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas; que, mientras en el mundo visible ha engendrado la luz y al soberano de ésta, en el inteligible es ella la soberana y productora de verdad y conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien quiera proceder sabiamente en su vida privada o pública.
También yo estoy de acuerdo -dijo-, en el grado en que puedo estarlo.
Según la versión de J.M. Pabón y M. Fernández Galiano, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1981

6. El mundo. Eduardo Galeano

.
Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
—El mundo es eso —reveló—. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.

7.La Oveja negra. Augusto, Monterroso.

En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra.
Fue fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.

8.EL ESPEJO QUE NO PODÍA DORMIR. Augusto, Monterroso.

Había una vez un espejo de mano que cuando se quedaba solo y nadie se veía en él se sentía de lo peor, como que no existía, y quizá tenía razón; pero los otros espejos se burlaban de él, y cuando por las noches los guardaban en el mismo cajón del tocador dormían a pierna suelta satisfechos, ajenos a la preocupación del neurótico.

9.EL BURRO Y LA FLAUTA. Augusto, Monterroso.

Tirada en el campo estaba desde hacía tiempo una Flauta que ya nadie tocaba, hasta que un día un Burro que paseaba por ahí resopló fuerte sobre ella haciéndola producir el sonido más dulce de su vida, es decir, de la vida del Burro y de la Flauta.
Incapaces de comprender lo que había pasado, pues la racionalidad no era su fuerte y ambos creían en la racionalidad, se separaron presurosos, avergonzados de lo mejor que el uno y el otro habían hecho durante su triste existencia.

10.EL PARAÍSO IMPERFECTO. Augusto, Monterroso.

—Es cierto —dijo mecánicamente el hombre, sin quitar la vista de las llamas que ardían en la chimenea aquella noche de invierno—; en el Paraíso hay amigos, música, algunos libros; lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve.

11.EL FABULISTA Y SUS CRÍTICOS. Augusto, Monterroso.

En la Selva vivía hace mucho tiempo un Fabulista cuyos criticados se reunieron un día y lo visitaron para quejarse de él (fingiendo alegremente que no hablaban por ellos sino por otros), sobre la base de que sus críticas no nacían de la buena intención sino del odio.
Como él estuvo de acuerdo, ellos se retiraron corridos, como la vez que la Cigarra se decidió y dijo a la Hormiga todo lo que tenía que decirle.

12.EL ECLIPSE. Augusto, Monterroso

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Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido acepto que ya nada podría salvarlos. La selva poderosa de Guatemala lo había opresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de Los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de si mismo.
Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intento algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.
Entonces floreció en el una idea que tuvo por digna de su talento y de si cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles.
Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más intimo, valerse de ese conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.
-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.
Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles

13. La Rana que quería ser una rana auténtica. Monterroso, Augusto.

Había una vez una Rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello.
Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad.
Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.
Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica.
Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.
Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena Rana, que parecía Pollo.

14.La muerte y la brújula. Jorge Luis Borges

14.La muerte y la brújula. Jorge Luis Borges
A Mandie Molina Vedia
De los muchos problemas que ejercitaron la temeraria perspicacia de Lönnrot, ninguno tan extraño - tan rigurosamente extraño, diremos - como la periódica serie de hechos de sangre que culminaron en la quinta de Triste-le-Roy, entre el interminable olor de los eucaliptos. Es verdad que Erik Lönnrot no logró impedir el último crimen, pero es indiscutible que lo previó. Tampoco adivinó la identidad del infausto asesino de Yarmolinsky, pero sí la secreta morfología de la malvada serie y la participación de Red Scharlach, cuyo segundo apodo es Scharlach el Dandy. Ese criminal (como tantos) había jurado por su honor la muerte de Lönnrot, pero éste nunca se dejó intimidar. Lönnrot se creía un puro razonador, un Auguste Dupin, pero algo de aventurero había en él y hasta de tahur.
El primer crimen ocurrió en el Hôtel du Nord, ese alto prisma que domina el estuario cuyas aguas tienen el color del desierto. A esa torre (que muy notoriamente reúne la aborrecida blancura de un sanatorio, la numerada divisibilidad de una cárcel y la apariencia general de una casa mala) arribó el día tres de diciembre el delegado de Podólsk al Tercer Congreso Talmúdico, doctor Marcelo Yarmolinsky, hombre de barba gris y ojos grises. Nunca sabremos si el Hôtel du Nord le agradó: lo aceptó con la antigua resignación que le había permitido tolerar tres años de guerra en los Cárpatos y tres mil años de opresión y de pogroms. Le dieron un dormitorio en el piso R, frente a la suite que no sin esplendor ocupaba el Tetraca de Galilea. Yarmolinsky cenó, postergó para el día siguiente el examen de la desconocida ciudad, ordenó en un placard sus muchos libros y sus muy pocas prendas, y antes de medianoche apagó la luz. (Así lo declaró el chauffeur del Tetrarca, que dormía en la pieza contigua.) El cuatro, a las 11 y 3 minutos A.M., lo llamó por teléfono un redactor de la Yidische Zaitung; el doctor Yarmolinsky no respondió; lo hallaron en su pieza, ya levemente oscura la cara, casi desnudo bajo una gran capa anacrónica. Yacía no lejos de la puerta que daba al corredor; una puñalada profunda le había partido el pecho. Un par de horas después, en el mismo cuarto, entre periodistas, fotógrafos y gendarmes, el comisario Treviranus y Lönnrot debatían con serenidad el problema.
–No hay que buscarle tres pies al gato–decía Treviranus, blandiendo un imperioso cigarro–.Todos sabemos que el Tetrarca de Galilea posee los mejores zafiros del mundo. Alguien, para robarlos, habrá penetrado aquí por error. Yarmolinsky se ha levantado; el ladrón ha tenido que matarlo. ¿Qué le parece?
–Posible, pero no interesante–respondió Lönnrot–. Usted replicará que la realidad no tiene la menor obligación de ser interesante. Yo le replicaré que la realidad puede prescindir de esa obligación, pero no las hipótesis. En la que usted ha improvisado interviene copiosamente el azar. He aquí un rabino muerto; yo preferiría una explicación puramente rabínica, no los imaginarios percances de un imaginario ladrón.
Treviranus repuso con mal humor:
–No me interesan las explicaciones rabínicas; me interesa la captura del hombre que apuñaló a este desconocido.
–No tan desconocido–corrigió Lönnrot –. Aquí están sus obras completas–. Indicó en el placard una fila de altos volúmenes; una Vindicación de la cábala; un Examen de la filosofía de Robert Fludd; una traducción literal del Sepher Yezirah; una Biografía del Baal Shem; una Historia de la secta de los Hasidim; una monografía (en alemán) sobre el Tetragrámaton; otra, sobre la nomenclatura divina del Pentateuco. El comisario los miró con temor, casi con repulsión. Luego, se echó a reír.
–Soy un pobre cristiano–repuso–. Llévese todos esos mamotretos, si quiere; no tengo tiempo que perder en supersticiones judías.
–Quizás este crimen pertenece a la historia de las supersticiones judías–murmuró Lönnrot.
–Como el cristanismo–se atrevió a completar el redactor de la Yidische Zaitung. Era miope, ateo y muy tímido.
Nadie le contestó. Uno de los agentes había encontrado en la pequeña máquina de escribir una hoja de papel con esta sentencia inconclusa
La primera letra del Nombre
ha sido articulada.
Lönnrot se abstuvo de sonreír. Bruscamente bibliófilo o hebraísta, ordenó que le hicieran un paquete con los libros del muerto y los llevó a su departamento. Indiferente a la investigación policial, se dedicó a estudiarlos. Un libro en octavo mayor le reveló las enseñanzas de Israel Baal Shem Tobh, fundador de la secta de los Piadosos; otro, las virtudes y terrores del Tetragrámaton, que es el inefable Nombre de Dios; otro, la tesis de que Dios tiene un nombre secreto, en el cual está compendiado (como en la esfera de cristal que los persas atribuyen a Alejandro de Macedonia), su noveno atributo, la eternidad, es decir, el conocimiento inmediato de todas las cosas que serán, que son y que han sido en el universo. La tradición enumera noventa y nueve nombres de Dios; los hebraístas atribuyen ese imperfecto número al mágico temor de las cifras pares; los Hasidim razonan que ese hiato señala un centésimo nombre. El Nombre Absoluto.
De esa erudición lo distrajo, a los pocos días, la aparición del redactor de la Yidische Zaitung. Este quería hablar del asesinato; Lönnrot prefirió hablar de los diversos nombres de Dios; el periodista declaró en tres columnas que el investigador Erik Lönnrot se había dedicado a estudiar los nombres de Dios para dar con el nombre del asesino. Lönnrot, habituado a las simplificaciones del periodismo, no se indignó. Uno de esos tenderos que han descubierto que cualquier hombre se resigna a comprar cualquier libro, publicó una edición popular de la Historia de la secta de los Hasidim.
El segundo crimen ocurrió la noche del tres de enero, en el más desamparado y vacío de los huecos suburbios occidentales de la capital. Hacia el amanecer, uno de los gendarmes que vigilan a caballo esas soledades vio en el umbral de una antigua pintorería un hombre emponchado, yacente. El duro rostro estaba como enmascarado de sangre; una puñalada profunda le había rajado el pecho. En la pared, sobre los rombos amarillos y rojos, había unas palabras en tiza. El gendarme las deletreó... Esa tarde, Treviranus y Lönnrot se dirigieron a la remota escena del crimen. A izquierda y derecha del automóvil, la ciudad se desintegraba; crecía el firmamento y ya importaban poco las casas y mucho un horno de ladrillos o un álamo. Llegaron a su pobre destino: un callejón final de tapias rosadas que parecían reflejar de algún modo la desaforada puesta de sol. El muerto ya había sido identificado. Era Daniel Simó Azevedo, hombre de alguna fama en los antiguos arrabales del Norte, que había ascendido de carrero a guapo electoral, para degenerar después en ladrón y hasta en delator. (El singular estilo de su muerte les pareció adecuado: Azevedo era el último representante de una generación de bandidos que sabía el manejo del puñal, pero no del revólver.) Las palabras en tiza eran las siguientes:
La segunda letra del Nombre
ha sido articulada.
El tercer crimen ocurrió la noche del tres de febrero. Poco antes de la una, el teléfono resonó en la oficina del comisario Treviranus. Con ávido sigilo, habló un hombre de voz gutural; dijo que se llamaba Ginzberg (o Ginsburg), y que estaba dispuesto a comunicar, por una remuneración razonable, los hechos de los dos sacrificios de Azevedo y Yarmolinsky. Una discordia de silbidos y de cornetas ahogó la voz del delator. Después, la comunicación se cortó. Sin rechazar la posibilidad de una broma (al fin, estaban en carnaval), Treviranus indagó que le habían hablado desde el Liverpool House , taberna de la Rue de Toulon –esa calle salobre en la que conviven el cosmorama y la lechería, el burdel y los vendedores de biblias. Treviranus habló con el patrón. Este (Black Finnegan, antiguo criminal irlandés, abrumado y casi anulado por la decencia) le dijo que la última persona que había empleado el teléfono de la casa era un inquilino, un tal Gryphius, que acababa de salir con unos amigos. Treviranus fue enseguida al Liverpool House. El patrón le comunicó lo siguiente: Hace ocho días, Gryphius había tomado pieza en los altos del bar. Era un hombre de rasgos afilados, de nebulosa barba gris, trajeado pobremente de negro; Finnegan (que destinaba esa habitación a un empleo que Treviranus adivinó) le pidió un alquiler sin duda excesivo; Gryphius inmediatamente pagó la suma estipulada. No salía casi nunca; cenaba y almorzaba en su cuarto; apenas si le conocían la cara en el bar. Esa noche, bajó a telefonear al despacho de Finnegan. Un cupé cerrado se detuvo ante la taberna. El cochero no se movió del pescante; algunos parroquianos recordaron que tenía máscara de oso. Del cupé bajaron dos arlequines; eran de reducida estatura y nadie pudo no observar que estaban muy borrachos. Entre balidos de cornetas, irrumpieron en el escritorio de Finnegan; abrazaron a Gryphius, que pareció reconocerlos, pero que les respondió con frialdad; cambiaron unas palabras en yiddish –él en voz baja, gutural, ellos con las voces falsas, agudas– y subieron a la pieza del fondo. Al cuarto de hora bajaron los tres, muy felices; Gryphius, tambaleante, parecía tan borracho como los otros. Iba, alto y vertiginoso, en el medio, entre los arlequines enmascarados. (Una de las mujeres del bar recordó los losanges amarillos, rojos y verdes.) Dos veces tropezó; dos veces lo sujetaron los arlequines. Rumbo a la dársena inmediata, de agua rectangular, los tres subieron al cupé y desaparecieron. Ya en el estribo del cupé, el último arlequín garabateó una figura obscena y una sentencia en una de las pizarras de la recova.
Treviranus vio la sentencia. Era casi previsible; decía:
La última de las letras del Nombre
ha sido articulada.
Examinó, después, la piecita de Gryphius-Ginzberg. Había en el suelo una brusca estrella de sangre; en los rincones, restos de cigarrillo de marca húngara; en un armario, un libro en latín –el Philologus hebraeograecus(1739), de Leusden– con varias notas manuscritas. Treviranus lo miró con indignación e hizo buscar a Lönnrot. Este, sin sacarse el sombrero, se puso a leer, mientras el comisario interrogaba a los contradictorios testigos del secuestro posible. A las cuatro salieron. En la torcida Rue de Toulon, cuando pisaban las serpentinas muertas del alba, Treviranus dijo:
–¿Y si la historia de esta noche fuera un simulacro?
Erik Lönnrot sonrió y le leyó con toda gravedad un pasaje (que estaba subrayado) de la disertación trigésima tercera del Philologus: Dies Judaeorum incipit a solis occasu usque ad solis occasum diei sequentis. Esto quiere decir –agregó–, El día hebreo empieza al anochecer y dura hasta el siguiente anochecer.
El otro ensayó una ironía.
–¿Ese dato es el más valioso que usted ha recogido esta noche?
–No. Más valiosa es una palabra que dijo Ginzberg.
Los diarios de la tarde no descuidaron esas desapariciones periódicas. La Cruz de la Espada las contrastó con la admirable disciplina y el orden del último Congreso Eremítico; Erns Palast, en El Mártir, reprobó "las demoras intolerables de un pogrom clandestino y frugal, que ha necesitado tres meses para liquidar tres judíos"; la Yidische Zaitung rechazó la hipótesis horrorosa de un complot antisemita, "aunque muchos espíritus penetrantes no admiten otra solución del triple misterio"; el más ilustre de los pistoleros del Sur, Dandy Red Scharlach, juró que en su distrito nunca se producirían crímenes de ésos y acusó de culpable negligencia al comisario Franz Treviranus.
Este recibió, la noche del primero de marzo, un imponente sobre sellado. Lo abrió: el sobre contenía una carta firmada Baruj Spinoza y un minucioso plano de la ciudad, arrancado notoriamente de un Baedeker. La carta profetizaba que el tres de marzo no habría un cuarto crimen, pues la pinturería del Oeste, la taberna de la Rue de Toulon y el Hôtel du Nord eran "los vértices perfectos de un triángulo equilátero y místico"; el plano demostraba en tinta roja la regularidad de ese triángulo. Treviranus leyó con resignación ese argumento more geometrico y mandó la carta y el plano a casa de Lönnrot, indiscutible merecedor de tales locuras.
Erik Lönnrot las estudió. Los tres lugares, en efecto, eran equidistantes. Simetría en el tiempo (3 de diciembre, 3 de enero, 3 de febrero); simetría en el espacio también... Sintió, de pronto, que estaba por descifrar el misterio. Un compás y una brújula completaron esa brusca intuición. Sonrió, pronunció la palabra Tetragrámaton (de adquisición reciente) y llamó por teléfono al comisario. Le dijo:
–Gracias por ese triángulo equilátero que usted anoche me mandó. Me ha permitido resolver el problema. Mañana viernes los criminales estarán en la cárcel; podemos estar muy tranquilos.
–Entonces, ¿no planean un cuarto crimen?
–Precisamente, porque planean un cuarto crimen, podemos estar muy tranquilos.
–Lönnrot colgó el tubo. Una hora después, viajaba en un tren de los Ferrocarriles Australes, rumbo a la quinta abandonada de Triste-le-Roy. Al sur de la ciudad de mi cuento fluye un ciego riachuelo de aguas barrosas, infamado de curtiembres y de basuras. Del otro lado hay un suburbio donde, al amparo de un caudillo barcelonés, medran los pistoleros. Lönnrot sonrió al pensar que el más afamado –Red Scharlach– hubiera dado cualquier cosa por conocer su clandestina visita. Azevedo fue compañero de Scharlach; Lönnrot consideró la remota posibilidad de que la cuarta víctima fuera Scharlach. Después, la desechó... Virtualmente, había descifrado el problema; las meras circunstancias, la realidad (nombres, arrestos, caras, trámites judiciales y carcelarios) apenas le interesaban ahora. Quería pasear, quería descansar de tres meses de sedentaria investigación. Reflexionó que la explicación de los crímenes estaba en un triángulo anónimo y en una polvorienta palabra griega. El misterio casi le pareció cristalino; se abochornó de haberle dedicado cien días.
El tren paró en una silenciosa estación de cargas. Lönnrot bajó. El aire de la turbia llanura era húmedo y frío. Lönnrot echó a andar por el campo. Vio perros, vio un furgón en una vía muerta, vio el horizonte, vio un caballo plateado que bebía del agua crapulosa de un charco. Oscurecía cuando vio el mirador rectangular de la quinta de Triste-le-Roy, casi tan alto como los negros eucaliptos que lo rodeaban. Pensó que apenas un amanecer y un ocaso (un viejo resplandor en el oriente y otro en el occidente) lo separaban de la hora anhelada por los buscadores del Nombre.
Una herrumbrada verja definía el perímetro irregular de la quinta. El portón principal estaba cerrado. Lönnrot, sin mucha esperanza de entrar, dio toda la vuelta. De nuevo ante el porton infranqueable, metió la mano entre los barrotes, casi maquinalmente, y dio con el pasador. El chirrido del hierro lo sorprendió. Con una pasividad laboriosa, el portón entero cedió.
Lönnrot avanzó entre los eucaliptos, pisando confundidas generaciones de rotas hojas rígidas. Vista de cerca, la casa de la quinta de Triste-le-Roy abundaba en inútiles simetrías y en repeticiones maniáticas: a una Diana glacial en un nicho lóbrego correspondía en un segundo nicho otra Diana; un balcón se reflejaba en otro balcón; dobles escalinatas se abrían en doble balaustrada. Lönnrot rodeó la casa como había rodeado la quinta. Todo lo examinó: bajo el nivel de la terraza vio una estrecha persiana.
La empujó: unos pocos escalones de mármol descendían a un sotano. Lönnrot, que ya intuía las preferencias del arquitecto, adivino que en el opuesto muro del sótano había otros escalones. Los encontró, subió, alzó las manos y abrió la trampa de salida.
Un resplandor lo guió a una ventana. La abrió: una luna amarilla y circular definía en el triste jardín dos fuentes cegadas. Lönnrot exploró la casa. Por ante comedores y galerías salió a patios iguales y repetidas veces al mismo patio. Subió por escaleras polvorientas a antecámaras circulares; infinitamente se multiplicó en espejos opuestos; se cansó de abrir o entreabrir ventanas que le revelaban, afuera, el mismo desolado jardín desde varias alturas y varios ángulos; adentro, muebles con fundas amarillas y arañas embaladas en tarlatán. un dormitorio lo detuvo; en ese dormitorio, una sola flor en una copa de porcelana; al primer roce los pétalos antiguos se deshicieron. En el segundo piso, en el último, la casa le pareció infinita y creciente. La casa no es tan grande, pensó. La agrandan la penumbra, la simetría, los espejos, los muchos años, mi desconocimiento, la soledad.
Por una escalera espiral llegó al mirador. La luna de esa tarde atravesaba los losanges de las ventanas; eran amarillos, rojos y verdes. Lo detuvo un recuerdo asombrado y vertiginoso. Dos hombres de pequeña estatura, feroces y fornidos, se arrojaron sobre él y lo desarmaron; otro, muy alto, lo saludó con gravedad y le dijo:
–Usted es muy amable. Nos ha ahorrado una noche y un día.
Era Red Scharlach. Los hombres maniataron a Lönnrot. Este, al fin, encontró su voz.
–Scharlach, ¿usted busca el Nombre Secreto?
Scharlach seguía de pie, indiferente. No había participado en la breve lucha, apenas si alargó la mano para recibir el revólver de Lönnrot. Habló; Lönnrot oyó en su voz una fatigada victoria, un odio del tamaño del universo, una tristeza no menor que aquel odio.
–No– dijo Scharlach.- Busco algo más efímero y deleznable, busco a Erik Lönnrot. Hace tres años, en un garito de la Rue de Toulon, usted mismo arrestó e hizo encarcelar a mi hermano. En un cupé, mis hombres me sacaron del tiroteo con una bala policial en el vientre. Nueve días y nueve noches agonicé en esta desolada quinta simétrica; me arrasaba la fiebre, el odioso Jano bifronte que mira los ocasos y las auroras daban horror a mi ensueño y a mi vigilia. Llegué a abominar de mi cuerpo, llegué a sentir que dos ojos, dos manos, dos pulmones, son tan mostruosos como dos caras. Un irlandés trató de convertirme a la fe de Jesús; me repetía la sentencia de los goim: Todos los caminos llevan a Roma. De noche, mi delirio se alimentaba de esa metáfora: yo sentía que el mundo es un laberinto, del cual era imposible huir, pues todos los caminos, aunque fingieran ir al Norte o al Sur, iban realmente a Roma, que era también la cárcel cuadrangular donde agonizaba mi hermano y la quinta de Triste-le-Roy. En esas noches yo juré por el dios que ve con dos caras y por todos los dioses de la fiebre y de los espejos tejer un laberinto en torno del hombre que había encarcelado a mi hermano. Lo he tejido y es firme: los materiales son un heresiólogo muerto, una brújula, una secta del siglo XVIII, una palabra griega, un puñal, los rombos de una pinturería.
El primer término de la serie me fue dado por el azar. Yo había tramado con algunos colegas- entre ellos, Daniel Azevedo- el robo de los zafiros del Tetrarca. Azevedo nos traicionó: se emborrachó con el dinero que le habíamos adelantado y acometió la empresa el día antes. En el enorme hotel se perdió; hacia las dos de la madrugada irrumpió en el dormitorio de Yarmolinsky. Este, acosado por el insomio, se había puesto a escribir. Verosímilmente, redactaba unas notas o un artículo sobre el Nombre de Dios; había escrito ya las palabras La primera letra del Nombre ha sido articulada. Azevedo le intimó silencio; Yarmolinsky alargó la mano hacia el timbre que despertaría todas las fuerzas del hotel; Azevedo le dio una sola puñalada en el pecho.Fue casi un movimiento reflejo; medio siglo de violencia le había enseñado que lo más fácil y seguro es matar... A los diez días yo supe por la Yidische Zaitung que usted buscaba en los escritos de Yarmolinsky la clave de la muerte de Yarmolinsky. Leí la Historia de la secta de los Hasidim; supe que el miedo reverente de pronunciar el Nombre de Dios había originado la doctrina de que ese Nombre es todopoderoso y recóndito. Supe que algunos Hasidim, en busca de ese Nombre secreto, habían llegado a cometer sacrificios humanos... Comprendí que usted conjeturaba que los Hasidim habían sacrificado al rabino; me dediqué a justificar esa conjetura.
Marcelo Yarmolinsky murió la noche del tres de diciembre; para el segundo "sacrificio" elegí la del tres de enero. Muró en el Norte; para el segundo "sacrificio" nos convenía un lugar del Oeste. Daniel Azevedo fue la víctima necesaria. Merecía la muerte: era un impulsivo, un traidor; su captura podía aniquilar todo el plan. Uno de los nuestros lo apuñaló; para vincular su cadáver al anterior, yo escribí encima de los rombos de la pinturería La segunda letra del Nombre ha sido articulada.
El tercer "crimen" se produjo el tres de febrero. Fue, como Treviranus adivinó, un mero simulacro. Gryphius-Ginzberg-Ginsburg soy yo; una semana interminable sobrellevé (suplementado por una tenua barba postiza) en ese perverso cubículo de la Rue de Toulon, hasta que los amigos me secuestraron. Desde el estribo del cupé, uno de ellos escribió en un pilar La última de las letras del Nombre ha sido articulada. Esa escritura divulgó que la serie de crímenes era triple. Así lo entendió el público; yo, sin embargo, intercalé repetidos indicios para que usted, el razonador Erik Lönnrot, comprendiera que es cuádruple. Un prodigio en el Norte, otros en el Este y en el Oeste, reclaman un cuarto prodigio en el Sur; el Tetragrámaton –el nombre de Dios, JHVH– consta de cuatroletras; los arlequines y la muestra del pinturero sugieren cuatro términos. Yo subrayé cierto pasaje en el manual de Leusden: ese pasaje manifiesta que los hebreos computaban el día de ocaso a ocaso; ese pasaje da a entender que las muertes ocurrieron el cuatro de cada mes. Yo mandé el triángulo equilátero a Treviranus. Yo presentí que usted agregaría el punto que falta. El punto que determina un rombo perfecto, el punto que prefija el lugar donde una exacta muerte lo espera. Todo lo he premeditado, Erik Lönnrot, para atraerlo a usted a las soledades de Triste-le-Roy.
Lönnrot evitó los ojos de Scharlach. Miró los árboles y el cielo subdivididos en rombos turbiamente amarillos, verdes y rojos. Sintió un poco de frío y una tristeza impersonal, casi anónima. Ya era de noche; desde el polvoriento jardín subió el grito inútil de un pájaro. Lönnrot consideró por última vez el problema de las muertes simétricas y periódicas.
–En su laberinto sobran tres líneas –dijo por fin–. Yo sé de un laberinto griego que es una línea única, recta. En esa línea se han perdido tantos filósofos que bien puede perderse un mero detective. Scharlach, cuando en otro avatar usted me dé caza, finja (o cometa) un crimen en A, luego un segundo crimen en B, en 8 kilómetros de A, luego un tercer crimen en C, a 4 kilómetros de A y de B, a mitad de camino entre los dos. Aguárdeme después en D, a 2 kilómetros de A y de C, de nuevo a mitad de camino. Máteme en D, como ahora va a matarme en Triste-le-Roy.
Para la otra vez que lo mate –replicó Scharlach–, le prometo ese laberinto, que consta de una sola línea recta y que es indivisible, incesante.
Retrocedió unos pasos. Después, muy cuidadosamente, hizo fuego.

15. LA LOCA Y EL RELATO DEL CRIMEN. Ricardo Piglia

I
Gordo, difuso, melancólico, el traje de filafil verde nilo flotándole en el cuerpo, Almada salió ensayando un aire de secreta euforia para tratar de borrar su abatimiento.
Las calles se aquietaban ya; oscuras y lustrosas bajaban con un suave declive y lo hacían avanzar plácidamente, sosteniendo el ala del sombrero cuando el viento del río le tocaba la cara. En ese momento las coperas entraban en el primer turno. A cualquier hora hay hombres buscando una mujer, andan por la ciudad bajo el sol pálido, cruzan furtivamente hacia los dancings que en el atardecer dejan caer sobre la ciudad una música dulce. Almada se sentía perdido, lleno de miedo y de desprecio. Con el desaliento regresaba el recuerdo de Larry: el cuerpo distante de la mujer, blando sobre la banqueta de cuero, las rodillas abiertas, el pelo rojo contra las lámparas celestes del New Deal. Verla de lejos, a pleno día, la piel gastada, las ojeras, vacilando contra la luz malva que bajaba del cielo: altiva, borracha, indiferente, como si él fuera una planta o un bicho. “Poder humillarla otra vez”, pensó. “Quebrarla en dos para hacerla gemir y entregarse.”
En la esquina, el local del New Deal era una mancha ocre, corroída, más pervertida aun bajo la neblina de las sies de la tarde. Parado enfrente, retacón, ensimismado, Almada encendió un cigarrillo y levantó la cara como buscando en el aire el perfume maligno de Larry. Se sentía fuerte ahora, capaz de todo, capaz de entrar al cabaret y sacarla de un brazo y cachetearla hasta que obedeciera. “Años que quiero levantar vuelo”, pensó de pronto. “Ponerme por mi cuenta en Panamá, Quito, Ecuador”. En un costado, tendida en un zaguán, vio el bulto sucio de una mujer que dormía envuelta en trapos. Almada la empujó con un pie.
-Che, vos-dijo.
La mujer se sentó tanteando el aire y levantó la cara como enceguecida.
-¿Cómo te llamas?-dijo él.
-¿Quién?-
-Vos. ¿O no me oís?
-Echevarne Angélica Inés- dijo ella, rígida- Echevarne Ángélica Inés, que me dicen Anahí.
-¿y que hacés acá?
-Nada-dijo ella-. ¿Me das plata?
-Ahá, ¿querés plata?
-La mujer se apretaba contra el cuerpo un viejo sobretodo de varón que la envolvía como una túnica.
-Bueno- dijo él- si te arrodillás y me besás los pies te doy mil pesos.
-¿Eh?
-Bueno- Ves mirá- dijo Almada agitando el billete entre sus deditos mochos- te arrodillás y te lo doy.
-Yo soy ella, soy Anahí. La pecadora, la gitana.
-¿Escuchaste?- dijo Almada-. ¿O estás borracha?
-La macarena, ay macarena, llena de tules – cantó la mujer y empezó a arrodillarse contra los trapos que le cubrían a piel hasta hundir su cara ente las piernas de Almada. El la miró desde lo alto, majestuoso, un brillo húmedo en sus ojitos de gato.
-Ahí tenés. Yo soy Almada- dijo y le alcanzó el billete -Comprate perfume.
-La pecadora, Reina y madre-dijo ella-. No hubo nunca en todo este país un hombre más hermoso que Juan Bautista Bairoletto, el jinete.
Por el tragaluz del dancing se oía sonar un piano débilmente, indeciso. Almada cerró las manos en los bolsillos y enfiló hacia la música, hacia los cortinados color sangre de la entrada.
-La macarena , ay macarena –cantaba la loca- . Llena de tules y sedas, la macarena , ay, llena de tules- cantó la loca.
Antúnez entró en el pasillo amarillento de la pensión de Viamonte y Reconquista, sosegado, manso ya, agradecido a esta sutil combinación de los hechos de la vida que e´l llamaba su destino. Hacía una semana que vivía con Larry. Antes se encontraban cada vez que él se demoraba en el New Deal sin elegir o quiere admitir que iba por ella, después en la cama, los dos se usaban con frialdad y eficacia, lentos , perversamente. Antúnez se despertaba pasado el mediodía y bajaba a la calle, olvidado ya del resplandor agrio de la luz en las persianas entornadas. Hasta que al fin una mañana, sin nada que lo hiciera prever, ella se paró desnuda en medio del cuarto y como si hablara sola le pidió que no se fuera. Antúnez se largó a reír: “¿Para qué?”, dijo. “¿Quedarme?”, dijo él, un hombre pesado, envejecido. “¿Para qué?”, le había dicho, pero ya estaba decidido, porque en ese momento empezaba a ser consciente de su inexorable decadencia, de los signos de ese fracaso que él había elegido llamar su destino. Entonces se dejó estar en esa pieza, sin nada que hacer salvo asomarse al balconcito de fierro para mirar la bajada de Viamonte y verla venir, lerda, envuelta en la neblina del amanecer. Se acostumbró al modo que tenía ella de entrar trayendo el cansancio de los hombres que le habían pagado copas y arrimarse, como encandilada, para dejar la plata sobre la mesa de luz. Se acostumbró también al pacto, a la secreta y querida decisión de no hablar del dinero, como si los dos supieran que la mujer pagaba de esa forma el modo que tenía él de protegerla de los miedos que de golpe le daban de morirse o de volverse loca.
“Nos queda poco de juego, a ella y a mí”, pensó llegando al recodo del pasillo, y en ese momento, antes de abrir la puerta de la pieza supo que la mujer se le había ido y que todo empezaba a perderse. Lo que no puedo imaginar fue que del otro lado encontraría la desdicha y la lástima, los signos de la muerte en los cajones abiertos y los muebles vacíos en los frascos, perfumes y polvos de Larry tirados por el suelo, la despedida o el adiós escritos con rouge en el espejo del ropero, como un anuncio que hubiera querido dejarle la mujer antes de irse.
Vino él vino Almada vino a llevarme sabe todo lo nuestro vino al cabaret y es como un bicho una basura oh dios mío andáte por favor te lo pido salváte vos Juan vino a buscarme esta tarde es una rata olvidáme te lo pido como si nunca hubiera estado en tu vida yo Larry por lo que más quieras no me busques porque él te va a matar.
Antúnez leyó las letras temblorosas, dibujadas como una red en su cara reflejada en la luna del espejo. II
A Emilio Renzi le interesaba la lingüística, pero se ganaba la vida haciendo bibliográficas en el diario El Mundo haber pasado cinco años en la Facultad especializándose en la fonología de Trubetzkoi y terminar escribiendo reseñas de media página sobre el desolado panorama literario nacional era sin duda la causa de su melancolía, de ese aspecto concentrado y un poco metafísico que lo acercaba a los personajes de Roberto Arlt.
El tipo que hacía policiales estaba enfermo la tarde en que la noticia del asesinato de Larry llegó al diario. El viejo Luna decidió mandar a Renzi a cubrir la información porque pensó que obligarlo a mezclarse en esa historia de putas baratas y cafishios ; le iba a hacer bien. Había encontrado a la mujer cosida a puñaladas a la vuelta del New Deal; el único testigo del crimen era una pordiosera medio loca que decía llamarse Angélica Etchevarne. Cuando la encontraron acunaba el cadáver como si fuera una muñeca y repetía una historia incomprensible. La policía detuvo esa misma mañana a Juan Antúnez, el tipo que vivía con la copera, y el asunto parecía resuelto.
-Tratá de ver si podés inventar algo que sirva- le dijo el viejo luna.- Andánte hasta el Departamento que a las seis dejan entrar al periodismo.
En el Departamento de policía Renzi encontró a un solo periodista, un tal Rinaldi, que hacía crímenes en el diario La Prensa. El tipo era alto, y tenía la piel esponjosa; como si recién hubiera salido del agua. Los hicieron pasar a una salita pintada de celeste que parecía un cine: cuatro lámparas alumbraban con una luz violenta una especie de escenario de madera. Por allí sacaron a un hombre altivo que se tapaba la cara con las manos esposadas: enseguida el lugar se llenó de fotógrafos que le tomaron instantáneas desde todos los ángulos. El tipo parecía flotar en una niebla y cuando bajó las manos miró a Renzi con ojos suaves.
-Yo no he sido- dijo- Ha sido el gordo Almada, pero a ése lo protegen de arriba.
Incómodo, Renzi sintió que el hombre le hablaba sólo a él y le exigía ayuda.
-Seguro fue éste- dijo Rinaldi cuando se lo llevaron. Soy capaz de olfatear un criminal a cien metros: todos tienen la misma cara de gato meado, todos dicen que no fueron y hablan como si estuvieran soñando.
-Me pareció que decía la verdad.
-Siempre parecen decir la verdad. Ahí está la loca. La vieja entró mirando la luz y se movió por la tarima con un leve balanceo, como si caminara atada. En cuanto empezó a oírla Renzi encendió su grabador.
-Yo he visto todo he visto como si me viera el cuerpo por dentro los ganglios las entrañas el corazón que pertenece que perteneció y va a pertenecer a Juan Bautista Bairoletto el jinete por ese hombre le estoy diciendo váyase de aquí enemigo mala entraña o no me ve que quiere sacarme la piel a lonjas y hacer visos encajes ropa de tul trenzado el pelo de la Anahí gitana la macarena ay macarena una arrastrada sos no tenés alma y el brillo en esa mano un pedernal tomo ácido te juro si te acercás tomo ácido pecadora loca de envidia porque estoy limpia yo de todo mal soy una santa Etchevarne Angélica Inés que me dicen Anahí tenía razón Hitler cuando dijo hay que matar a todos los entrerrianos soy bruja y soy gitana y soy la reina que teje un tul hay que tapar el brillo de esa mano un pedernal, el brilo que la hizo morir por qué te sacás el antifaz mascarita que me vio o no me vio y le habló de ese dinero Madre María Madre María en el zaguán Anahí fue gitana y fue reina y fue amiga de Evita Perón y dónde está el purgatorio si no estuviera en Lanús donde llevaron a la virgen con careta en esa máquina con un moño de tul para taparle la cara que la he tenido blanca por la inocencia.
_Parece una parodia de Macbeth –susurró, erudito, Rinaldi-. Se acuerda ¿no? El cuento contado por un loco que nada significa .
-Por un idiota, no por un loco –rectificó Renzi . Por un idiota. ¿Y quién le dijo que no significa nada?
La mujer seguía hablando de cara a la luz.
-Por qué me dicen traidora sabe por qué le voy a decir porque a mí me amaba el hombre más hermoso en esta tierra Juan Bautista Bairoletto jinete de poncho inflado en el aire es un globo un globo gordo que flota bajo la luz amarilla no te acerques si te acercás te digo no me toques con la espada porque en luz es donde yo he visto todo he visto como si me viera el cuerpo todo por dentro los ganglios las entrañas el corazón que perteneció, que pertenece y que va a pertenecer. –Vuelve a empezar- dijo Rinaldi.
-Tal vez está tratando de hacerse entender. -¿Quién? ¿ésa? Pero no ve lo rayada que está –dijo mientras se levantaba de la butaca-. ¿Viene?
-No. Me quedo.
-Oiga viejo . ¿No se dio cuenta que repite siempre lo mismo desde que la encontraron?
-Por eso- dijo Renzi controlando la cinta del grabador- . Por eso quiero escuchar : porque repite siempre lo mismo.
Tres horas más tarde Emilio Renzi desplegaba sobre el sorprendido escritorio del viejo Luna una transcripción literal del monólogo de la loca, subrayado con lápices de distintos colores y cruzado de marcas y de números.
_Tengo la prueba de que Antúnez no mató a la mujer. Fue otro, un tipo que él nombró, un tal Almada.
_¿Qué me contás?- dijo Luna , sarcástico-. Así que Antúnez dice que fue Almada y vos le creés.
_ No . Es la loca que lo dice; la loca que hace diez horas repite siempre lo mismo sin decir nada. Pero precisamente porque repite lo mismo se la puede entender. Hay una serie de reglas en lingüística, un código para analizar el lenguaje psicótico.
_Decime pibe- dijo Luna lentamente-. ¿Me estás cargando?
_Espere, déjeme hablar un minuto. En un delirio el loco repite, o mejor, está obligado a repetir ciertas estructuras verbales que son fijas, como un molde ¿Se da cuenta? Un molde que va llenando con palabras. Para analizar esa estructura hay 36 categorías verbales que se llaman operadores lógicos. Son como un mapa, usted los pone sobre lo que dicen y se da cuenta que el delirio está ordenado, que repite esas fórmulas. Lo que no entra en ese orden, lo que no se puede clasificar, lo que sobra, el desperdicio, es lo nuevo: es lo que el loco trata de decir a pesar de la compulsión repetitiva. Yo analicé con ese método el delirio de esa mujer. Si usted mira una serie de frases, de palabras que no se pueden clasificar, que quedan fuera de esa estructura . Yo hice eso y separé esas palabras y ¿qué quedó? –dijo Renzi levantando la cara para mirar al viejo Luna- ¿Sabe qué queda? Esta frase: El hombre gordo la esperaba en el zaguán y no me vió y le habló de dinero y brilló esa mano que la hizo morir. ¿Se da cuenta?- remató Renzi, triunfal-. El asesino es el gordo Almada.
El viejo Luna lo miró impresionado y se inclinó sobre el papel.
-¿Ve? –insistió Renzi . Fíjese que ella va diciendo esas palabras, las subrayadas en rojo, las va diciendo entre los agujeros que se puede hacer en medio de lo que está obligada a repetir, la historia de Bairoletto, la virgen y todo el delirio. Si se fija en las diferentes versiones va a ver que las únicas palabras que cambian de lugar son esas con las que ella trata de contar lo que vio.
-Che, pero qué bárbaro. ¿Eso lo aprendiste en la facultad?
-No me joda.
-No te jodo, en serio te digo. ¿Y ahora qué vas a hacer con todos estos papeles? ¿la tesis?
-¿Cómo qué voy a hacer ? Lo vamos a publicar en el diario. El viejo Luna sonrió como si le doliera algo.
-Tranquilizáte pibe. ¿O te pensás que este diario se dedica a la lingüística?
-Hay que publicarlo ¿no se da cuenta? Así lo pueden usar los abogados de Antúnez. ¿No ve que ese tipo es inocente?
-Oíme, el tipo ese está cocinado, no tiene abogados, es un cafishio, la mató porque a la larga siempre terminan así las locas esas. Me parece fenómeno el jueguito de palabras, pero paramos acá. Hacé una nota de cincuenta líneas contando que a la mina la mataron a puñaladas.
-Escuche, señor Luna- lo cortó Renzi-. Ese tipo se va a pasar lo que le pque de vida metido en cana.
-Está bien-dijo Renzi juntando los papeles- En ese caso voy a mandarle los papeles al juez.
-¿Decíme ¿vos te querés arruinar la vida? ¿Una loca de testigo para salvar a un cafishio? ¿Por qué te querés mezclar? -En la cara le brillaban un dulce sosiego, una clama que nunca le había visto-. Mirá, tomáte el día franco, andá al cine, hacé lo que quieras, pero no armes lío. Si te enredás con la policía te echo del diario.
Renzi se sentó frente a la máquina y puso un papel en blanco. Iba a redactar su renuncia; iba a escribir una carta al juez. Por las ventanas , las luces de la ciudad parecían grietas en la oscuridad. Prendió un cigarrillo y estuvo quieto, pensando en Almada, en Larry, oyendo a la loca que hablaba de Bairoletto. Después bajó la cara y se largó a escribir casi sin pensar, como si alguien le dictara:
Gordo, difuso, melancólico, el traje de filafil verde nilo flotándole en el cuerpo, empezó a escribir Renzi-, Almada salió ensayando un aire de secreta euforia para tratar de borrar su abatimiento.
Piglia, Ricardo. Nombre falso, Buenos Aires, Seix Barral ,1994.
16. Axolotl
Julio Cortázar(1914-1984) (Final del juego, 1956)

Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardín des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl.
El azar me llevó hasta ellos una mañana de primavera en que París abría su cola de pavo real después de la lenta invernada. Bajé por el bulevar de Port Royal, tomé St. Marcel y L’Hôpital, vi los verdes entre tanto gris y me acordé de los leones. Era amigo de los leones y las panteras, pero nunca había entrado en el húmedo y oscuro edificio de los acuarios. Dejé mi bicicleta contra las rejas y fui a ver los tulipanes. Los leones estaban feos y tristes y mi pantera dormía. Opté por los acuarios, soslayé peces vulgares hasta dar inesperadamente con los axolotl. Me quedé una hora mirándolos, y salí incapaz de otra cosa.
En la biblioteca Saint-Geneviève consulté un diccionario y supe que los axolotl son formas larvales, provistas de branquias, de una especie de batracios del género amblistoma. Que eran mexicanos lo sabía ya por ellos mismos, por sus pequeños rostros rosados aztecas y el cartel en lo alto del acuario. Leí que se han encontrado ejemplares en África capaces de vivir en tierra durante los períodos de sequía, y que continúan su vida en el agua al llegar la estación de las lluvias. Encontré su nombre español, ajolote, la mención de que son comestibles y que su aceite se usaba (se diría que no se usa más) como el de hígado de bacalao.
No quise consultar obras especializadas, pero volví al día siguiente al Jardin des Plantes. Empecé a ir todas las mañanas, a veces de mañana y de tarde. El guardián de los acuarios sonreía perplejo al recibir el billete. Me apoyaba en la barra de hierro que bordea los acuarios y me ponía a mirarlos. No hay nada de extraño en esto porque desde un primer momento comprendí que estábamos vinculados, que algo infinitamente perdido y distante seguía sin embargo uniéndonos. Me había bastado detenerme aquella primera mañana ante el cristal donde unas burbujas corrían en el agua. Los axolotl se amontonaban en el mezquino y angosto (sólo yo puedo saber cuán angosto y mezquino) piso de piedra y musgo del acuario. Había nueve ejemplares y la mayoría apoyaba la cabeza contra el cristal, mirando con sus ojos de oro a los que se acercaban. Turbado, casi avergonzado, sentí como una impudicia asomarme a esas figuras silenciosas e inmóviles aglomeradas en el fondo del acuario. Aislé mentalmente una situada a la derecha y algo separada de las otras para estudiarla mejor. Vi un cuerpecito rosado y como translúcido (pensé en las estatuillas chinas de cristal lechoso), semejante a un pequeño lagarto de quince centímetros, terminado en una cola de pez de una delicadeza extraordinaria, la parte más sensible de nuestro cuerpo. Por el lomo le corría una aleta transparente que se fusionaba con la cola, pero lo que me obsesionó fueron las patas, de una finura sutilísima, acabadas en menudos dedos, en uñas minuciosamente humanas. Y entonces descubrí sus ojos, su cara, dos orificios como cabezas de alfiler, enteramente de un oro transparente carentes de toda vida pero mirando, dejándose penetrar por mi mirada que parecía pasar a través del punto áureo y perderse en un diáfano misterio interior. Un delgadísimo halo negro rodeaba el ojo y los inscribía en la carne rosa, en la piedra rosa de la cabeza vagamente triangular pero con lados curvos e irregulares, que le daban una total semejanza con una estatuilla corroída por el tiempo. La boca estaba disimulada por el plano triangular de la cara, sólo de perfil se adivinaba su tamaño considerable; de frente una fina hendedura rasgaba apenas la piedra sin vida. A ambos lados de la cabeza, donde hubieran debido estar las orejas, le crecían tres ramitas rojas como de coral, una excrescencia vegetal, las branquias supongo. Y era lo único vivo en él, cada diez o quince segundos las ramitas se enderezaban rígidamente y volvían a bajarse. A veces una pata se movía apenas, yo veía los diminutos dedos posándose con suavidad en el musgo. Es que no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan mezquino; apenas avanzamos un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro de nosotros; surgen dificultades, peleas, fatiga. El tiempo se siente menos si nos estamos quietos.
Fue su quietud la que me hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi a los axolotl. Oscuramente me pareció comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente. Después supe mejor, la contracción de las branquias, el tanteo de las finas patas en las piedras, la repentina natación (algunos de ellos nadan con la simple ondulación del cuerpo) me probó que eran capaz de evadirse de ese sopor mineral en el que pasaban horas enteras. Sus ojos sobre todo me obsesionaban. Al lado de ellos en los restantes acuarios, diversos peces me mostraban la simple estupidez de sus hermosos ojos semejantes a los nuestros. Los ojos de los axolotl me decían de la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar. Pegando mi cara al vidrio (a veces el guardián tosía inquieto) buscaba ver mejor los diminutos puntos áureos, esa entrada al mundo infinitamente lento y remoto de las criaturas rosadas. Era inútil golpear con el dedo en el cristal, delante de sus caras no se advertía la menor reacción. Los ojos de oro seguían ardiendo con su dulce, terrible luz; seguían mirándome desde una profundidad insondable que me daba vértigo.
Y sin embargo estaban cerca. Lo supe antes de esto, antes de ser un axolotl. Lo supe el día en que me acerqué a ellos por primera vez. Los rasgos antropomórficos de un mono revelan, al revés de lo que cree la mayoría, la distancia que va de ellos a nosotros. La absoluta falta de semejanza de los axolotl con el ser humano me probó que mi reconocimiento era válido, que no me apoyaba en analogías fáciles. Sólo las manecitas... Pero una lagartija tiene también manos así, y en nada se nos parece. Yo creo que era la cabeza de los axolotl, esa forma triangular rosada con los ojitos de oro. Eso miraba y sabía. Eso reclamaba. No eran animales.
Parecía fácil, casi obvio, caer en la mitología. Empecé viendo en los axolotl una metamorfosis que no conseguía anular una misteriosa humanidad. Los imaginé conscientes, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un silencio abisal, a una reflexión desesperada. Su mirada ciega, el diminuto disco de oro inexpresivo y sin embargo terriblemente lúcido, me penetraba como un mensaje: «Sálvanos, sálvanos». Me sorprendía musitando palabras de consuelo, transmitiendo pueriles esperanzas. Ellos seguían mirándome inmóviles; de pronto las ramillas rosadas de las branquias de enderezaban. En ese instante yo sentía como un dolor sordo; tal vez me veían, captaban mi esfuerzo por penetrar en lo impenetrable de sus vidas. No eran seres humanos, pero en ningún animal había encontrado una relación tan profunda conmigo. Los axolotl eran como testigos de algo, y a veces como horribles jueces. Me sentía innoble frente a ellos, había una pureza tan espantosa en esos ojos transparentes. Eran larvas, pero larva quiere decir máscara y también fantasma. Detrás de esas caras aztecas inexpresivas y sin embargo de una crueldad implacable, ¿qué imagen esperaba su hora?
Les temía. Creo que de no haber sentido la proximidad de otros visitantes y del guardián, no me hubiese atrevido a quedarme solo con ellos. «Usted se los come con los ojos», me decía riendo el guardián, que debía suponerme un poco desequilibrado. No se daba cuenta de que eran ellos los que me devoraban lentamente por los ojos en un canibalismo de oro. Lejos del acuario no hacía mas que pensar en ellos, era como si me influyeran a distancia. Llegué a ir todos los días, y de noche los imaginaba inmóviles en la oscuridad, adelantando lentamente una mano que de pronto encontraba la de otro. Acaso sus ojos veían en plena noche, y el día continuaba para ellos indefinidamente. Los ojos de los axolotl no tienen párpados.
Ahora sé que no hubo nada de extraño, que eso tenía que ocurrir. Cada mañana al inclinarme sobre el acuario el reconocimiento era mayor. Sufrían, cada fibra de mi cuerpo alcanzaba ese sufrimiento amordazado, esa tortura rígida en el fondo del agua. Espiaban algo, un remoto señorío aniquilado, un tiempo de libertad en que el mundo había sido de los axolotl. No era posible que una expresión tan terrible que alcanzaba a vencer la inexpresividad forzada de sus rostros de piedra, no portara un mensaje de dolor, la prueba de esa condena eterna, de ese infierno líquido que padecían. Inútilmente quería probarme que mi propia sensibilidad proyectaba en los axolotl una conciencia inexistente. Ellos y yo sabíamos. Por eso no hubo nada de extraño en lo que ocurrió. Mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojos trataban una vez mas de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila. Veía de muy cerca la cara de una axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, en vez del axolotl vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apartó y yo comprendí.
Sólo una cosa era extraña: seguir pensando como antes, saber. Darme cuenta de eso fue en el primer momento como el horror del enterrado vivo que despierta a su destino. Afuera mi cara volvía a acercarse al vidrio, veía mi boca de labios apretados por el esfuerzo de comprender a los axolotl. Yo era un axolotl y sabía ahora instantáneamente que ninguna comprensión era posible. Él estaba fuera del acuario, su pensamiento era un pensamiento fuera del acuario. Conociéndolo, siendo él mismo, yo era un axolotl y estaba en mi mundo. El horror venía -lo supe en el mismo momento- de creerme prisionero en un cuerpo de axolotl, transmigrado a él con mi pensamiento de hombre, enterrado vivo en un axolotl, condenado a moverme lúcidamente entre criaturas insensibles. Pero aquello cesó cuando una pata vino a rozarme la cara, cuando moviéndome apenas a un lado vi a un axolotl junto a mí que me miraba, y supe que también él sabía, sin comunicación posible pero tan claramente. O yo estaba también en él, o todos nosotros pensábamos como un hombre, incapaces de expresión, limitados al resplandor dorado de nuestros ojos que miraban la cara del hombre pegada al acuario.
Él volvió muchas veces, pero viene menos ahora. Pasa semanas sin asomarse. Ayer lo vi, me miró largo rato y se fue bruscamente. Me pareció que no se interesaba tanto por nosotros, que obedecía a una costumbre. Como lo único que hago es pensar, pude pensar mucho en él. Se me ocurre que al principio continuamos comunicados, que él se sentía más que nunca unido al misterio que lo obsesionaba. Pero los puentes están cortados entre él y yo porque lo que era su obsesión es ahora un axolotl, ajeno a su vida de hombre. Creo que al principio yo era capaz de volver en cierto modo a él -ah, sólo en cierto modo-, y mantener alerta su deseo de conocernos mejor. Ahora soy definitivamente un axolotl, y si pienso como un hombre es sólo porque todo axolotl piensa como un hombre dentro de su imagen de piedra rosa. Me parece que de todo esto alcancé a comunicarle algo en los primeros días, cuando yo era todavía él. Y en esta soledad final, a la que él ya no vuelve, me consuela pensar que acaso va a escribir sobre nosotros, creyendo imaginar un cuento va a escribir todo esto sobre los axolotl.

17. JAQUE MATE EN DOS JUGADAS. Isaac Aizemberg

Yo lo envenené. En dos horas quedaba liberado. Dejé a mi tío Néstor a las veintidós. Lo hice con alegría. Me ardían las mejillas. Me quemaban los labios. Luego me serené y eché a caminar tranquilamente por la avenida en dirección al puerto.
Me sentía contento. Liberado. Hasta Guillermo resultaba socio beneficiario en el asunto. ¡Pobre Guillermo! ¡Tan tímido, tan mojigato! Era evidente que yo debía pensar y obrar por ambos. Siempre sucedió así. Desde el día en que nuestro tío nos llevó a su casa. Nos encontramos perdidos en su palacio. Era un lugar seco, sin amor. Únicamente el sonido metálico de las monedas.
-Tenéis que acostumbraros al ahorro, a no malgastar. ¡Al fin y al cabo, algún día será vuestro!- bramaba. Y nos acostumbramos a esperarlo.
Pero ese famoso y deseado día se postergaba, pese a que tío sufría del corazón. Y si de pequeños nos tiranizó, cuando crecimos colmó la medida.
Guillermo se enamoró un buen día. A nuestro tío no le agradó la muchacha. No era lo que ambicionaba para su sobrino.
-Le falta cuna..., le falta roce..., ¡puaf! Es una ordinaria –sentenció.
Inútil fue que Guillermo se prodigara en encontrarle méritos. El viejo era terco y caprichoso.
Conmigo tenía otra suerte de problemas. Era un carácter contra otro. Se empeñó en doctorarme en bioquímica. ¿Resultado? Un perito en póquer y en carreras de caballos. Mi tío para esos vicios no me daba ni un centavo. Debí exprimir la inventiva para birlarle algún peso.
Uno de los recursos era aguantarle sus interminables partidas de ajedrez; entonces cedía cuando le aventajaba para darle ínfulas, pero él, en cambio, cuando estaba en posición favorable alargaba el final, anotando las jugadas con displicencia, sabiendo de mi prisa por disparar al club, Gozaba con mi infortunio saboreando su coñac.
Un día me dijo con aire de perdonavidas:
-Observo que te aplicas en el ajedrez. Eso me demuestra dos cosas: que eres inteligente y un perfecto holgazán. Sin embargo, tu dedicación tendrá su premio. Soy justo. Pero eso sí, a falta de diplomas, de hoy en adelante tendré de ti bonitas anotaciones de las partidas. Sí, muchacho, llevaremos sendas libretas con las jugadas para cotejarlas. ¿Qué te parece?
Aquello podría resultar un par de cientos de pesos, y acepté. Desde entonces, todas las noches, la estadística. Estaba tan arraigada la manía en él, que en mi ausencia comentaba las partidas con Julio, el mayordomo.
Ahora todo había concluido. Cuando uno se encuentra en un callejón sin salida, el cerebro trabaja, busca, rebusca, escarba. Y encuentra. Siempre hay salida para todo. No siempre es buena. Pero es salida.
Llegaba a la Costanera. Era una noche húmeda. En el cielo nublado, alguna chispa eléctrica. El calorcillo mojaba las manos, resecaba la boca.
En la esquina, un policía me encabritó el corazón.
El veneno, ¿cómo se llamaba? Aconitina. Varias gotitas en el coñac mientras conversábamos. Mi tío esa noche estaba encantador. Me perdonó la partida.
Haré un solitario –dijo-. Despaché a los sirvientes... ¡Hum! Quiero estar tranquilo. Después leeré un buen libro. Algo que los jóvenes no entienden... Puedes irte.
-Gracias, tío. Hoy realmente es... sábado.
-Comprendo.
¡Demonios! El hombre comprendía. La clarividencia del condenado.
El veneno surtía un efecto lento, a la hora, o más, según el sujeto. Hasta seis u ocho horas. Justamente durante el sueño. El resultado: la apariencia de un pacífico ataque cardíaco, sin huellas comprometedoras. Lo que yo necesitaba. ¿Y quién sospecharía? El doctor Vega no tendría inconveniente en suscribir el certificado de defunción. No en balde era el médico de cabecera. ¿Y si me descubrían? Imposible. Nadie me había visto entrar en el gabinete de química. Había comenzado con general beneplácito a asistir a la Facultad desde varios meses atrás, con ese deliberado propósito. De verificarse el veneno faltante, jamás lo asociarían con la muerte de Néstor Alvarez, fallecido de un sincope cardíaco. ¡Encontrar unos miligramos de veneno en setenta y cinco kilos, imposible!
Pero, ¿y Guillermo? Sí. Guillermo era un problema, Lo hallé en el hall después de preparar la “encomienda” para el infierno. Descendía la escalera, preocupado.
-¿Qué te pasa? –le pregunté jovial, y le hubiera agregado de mil amores: “¡Si supieras, hombre!”.
-¡Estoy harto! –me replicó.
-¡Vamos! –le palmoteé la espalda- Siempre está dispuesto a la tragedia...
-Es que el viejo me enloquece. Últimamente, desde que volviste a la Facultad y le llevas la corriente con el ajedrez, se la toma conmigo. Y Matilde...
-¿Qué sucede con Matilde?
-Matilde me lanzó un ultimátum: o ella, o tío.
-Opta por ella. Es fácil elegir. Es lo que yo haría...
-¿Y lo otro?
-Me miró desesperado. Con brillo demoníaco en las pupilas; pero el pobre tonto jamás buscaría el medio de resolver su problema.
-Yo lo haría –siguió entre dientes-; pero, ¿con qué viviríamos? Ya sabes como es el viejo... Duro, implacable. ¡Me cortaría los víveres!
-Tal vez las cosas se arreglen de otra manera... –insinué bromeando- ¡Quién te dice!
-¡Bah!... –sus labios se curvaron con una mueca amarga- No hay escapatoria. Pero yo hablaré con el viejo sátiro. ¿Dónde está ahora?
Me asusté. Si el veneno resultaba rápido... Al notar los primeros síntomas podría ser auxiliado y...
-Está en la biblioteca –exclamé-; pero déjalo en paz. Acaba de jugar la partida de ajedrez, y despachó a la servidumbre. ¡El lobo quiere estar solo en la madriguera! Consuélate en un cine o en un bar.
Se encogió de hombros.
-El lobo en la madriguera... –repitió. Pensó unos segundos y agregó, aliviado-: Lo veré en otro momento. Después de todo...
-Después de todo, no te animarías, ¿verdad? –gruñí salvajemente.
Me clavó la mirada. Por un momento centelleó, pero fue un relámpago.
Miré el reloj: las once y diez de la noche.
Ya comenzaría a surtir efecto. Primero un leve malestar, nada más. Después un dolorcillo agudo, pero nunca demasiado alarmante. Mi tío refunfuñaba una maldición para la cocinera. El pescado indigesto. ¡Que poca cosa es todo! Debía de estar leyendo los diarios de la noche, los últimos. Y después, el libro, como gran epílogo. Sentía frío.
Las baldosas se estiraban en rombos. El río era una mancha sucia cerca del paredón. A lo lejos luces verdes, rojas, blancas. Los automóviles se deslizaban chapoteando en el asfalto.
Decidí regresar, por temor a llamar la atención. Nuevamente por la avenida hasta Leandro N. Alem. Por allí a Plaza de Mayo. El reloj me volvió a la realidad. Las once y treinta y seis. Si el veneno era eficaz, ya estaría todo listo. Ya sería dueño de millones. Ya sería libre... ya sería asesino.
Por primera vez pensé en el adjetivo substantivándolo. Yo, sujeto, ¡asesino! Las rodillas me flaquearon. Un rubor me azotó el cuello, subió a las mejillas, me quemó las orejas, martilló mis sienes. Las manos transpiraban. El frasquito de aconitina en el bolsillo llegó a pesarme una tonelada. Busqué en los bolsillos rabiosamente hasta dar con él. Era un insignificante cuenta gotas y contenía la muerte; lo arrojé lejos.
Avenida de Mayo. Choqué con varios transeúntes. Pensarían en un beodo. Pero en lugar de alcohol, sangre.
Yo, asesino. Esto sería un secreto entre mi tío Néstor y mi conciencia. Un escozor dentro, punzante. Recordé la descripción del tratadista: “En la lengua, sensación de hormigueo y embotamiento, que se inicia en el punto de contacto para extenderse a toda la lengua, a la cara y a todo el cuerpo”.
Entré en un bar. Un tocadiscos atronaba con un viejo rag-time. Un recuerdo que se despierta, vive un instante y muere como una falena. “En el esófago y en el estómago, sensación de ardor intenso”. Millones. Billetes de mil, de quinientos, de cien. Póquer. Carreras. Viajes... “Sensación de angustia, de muerte próxima, enfriamiento profundo generalizado, trastornos sensoriales, debilidad muscular, contracturas, impotencia de los músculos”.
Habría quedado solo. En el palacio. Con sus escaleras de mármol. Frente al tablero de ajedrez. Allí el rey, y la dama, y la torre negra. Jaque mate.
El mozo se aproximó. Debió sorprender mi mueca de extravío, mis músculos en tensión, listos para saltar.
-¿Señor?
-Un coñac...
-Un coñac... –repitió el mozo-. Bien, señor –y se alejó.
Por la vidriera la caravana que pasa, la misma de siempre. El tictac del reloj cubría todos los rumores. Hasta los de mi corazón. La una. Bebí el coñac de un trago.
“Como fenómeno circulatorio, hay alteración del pulso e hipertensión que se derivan de la acción sobre el órgano central, llegando, en su estado más avanzado, al síncope cardíaco...” Eso es. El síncope cardíaco. La válvula de escape.
A las dos y treinta de la mañana regresé a casa. Al principio no lo advertí. Hasta que me cerró el paso. Era un agente de policía. Me asusté.
-¿El señor Claudio Álvarez?
-Sí, señor... –respondí humildemente.
-Pase usted... –indicó, franqueándome la entrada.
-¿Qué hace usted aquí? –me animé a farfullar.
-Dentro tendrá la explicación –fue la respuesta, seca, torpona.
En el hall, cerca de la escalera, varios individuos de uniforme se habían adueñado del palacio. ¿Guillermo? Guillermo no estaba presente.
Julio, el mayordomo, amarillo, espectral, trató de hablarme. Uno de los uniformados, canoso, adusto, el jefe del grupo por lo visto, le selló los labios con un gesto. Avanzó hacia mí, y me inspeccionó como a un cobayo.
-Usted es el mayor de los sobrinos, ¿verdad?
-Sí, señor... –murmuré.
-Lamento decírselo, señor. Su tío ha muerto... asesinado –anunció mi interlocutor. La voz era calma, grave-. Yo soy el inspector Villegas, y estoy a cargo de la investigación. ¿Quiere acompañarme a la otra sala?
-¡Dios mío! –articulé anonadado-. ¡Es inaudito!
Las palabras sonaron a huecas, a hipócritas. (¡Ese dichoso veneno dejaba huellas! ¿Pero cómo...cómo?).
-¿Puedo... puedo verlo? –pregunté
-Por el momento, no. Además, quiero que me conteste algunas preguntas.
-Como usted disponga... –accedí azorado.
-Lo seguí a la biblioteca vecina. Tras él se deslizaron suavemente dos acólitos. El inspector Villegas me indicó un sillón y se sentó en otro. Encendió con parsimonia un cigarrillo y con evidente grosería no me ofreció ninguno.
-Usted es el sobrino... Claudio –Pareció que repetía una lección aprendida de memoria.
-Sí, señor.
-Pues bien: explíquenos que hizo esta noche.
Yo también repetí una letanía.
-Cenamos los tres, juntos como siempre. Guillermo se retiró a su habitación. Quedamos mi tío y yo charlando un rato; pasamos a la biblioteca. Después jugamos nuestra habitual partida de ajedrez; me despedí de mi tío y salí. En el vestíbulo me topé con Guillermo que descendía por las escaleras rumbo a la calle. Cambiamos unas palabras y me fui.
-Y ahora regresa...
-Sí...
-¿Y los criados?
-Mi tío deseaba quedarse solo. Los despachó después de cenar. A veces le acometían esas y otras manías.
-Lo que usted manifiesta concuerda en gran parte con la declaración del mayordomo. Cuando éste regresó, hizo un recorrido por el edificio. Notó la puerta de la biblioteca entornada y luz adentro. Entró. Allí halló a su tío frente a un tablero de ajedrez, muerto. La partida interrumpida... De manera que jugaron la partidita, ¿eh?
Algo dentro de mí comenzó a botar como una pelota contra las paredes del frontón. Una sensación de zozobra, de angustia, me recorría con la velocidad de un buscapiés. En cualquier momento estallaría la pólvora. ¡Los consabidos solitarios de mi tío!
-Sí, señor... –admití.
No podía desdecirme. Eso también se lo había dicho a Guillermo. Y probablemente Guillermo al inspector Villegas. Porque mi hermano debía estar en alguna parte. El sistema de la policía: aislarnos, dejarnos solos, inertes, indefensos, para pillarnos.
-Tengo entendido que ustedes llevaban un registro de las jugadas. Para establecer los detalles en su orden, ¿quiere mostrarme su libreta de apuntes, señor Álvarez?
Me hundía en el cieno.
-¿Apuntes?
Sí, hombre –el policía era implacable-, deseo verla, como es de imaginar. Debo verificarlo todo, amigo; lo dicho y lo hecho por usted. Si jugaron como siempre...
Comencé a tartamudear.
-Es que... –Y después de un tirón-: ¡Claro que jugamos como siempre!
Las lágrimas comenzaron a quemarme los ojos. Miedo. Un miedo espantoso. Como debió sentirlo tío Néstor cuando aquella “sensación de angustia... de muerte próxima..., enfriamiento profundo, generalizado... Algo me taladraba el cráneo. Me empujaban. El silencio era absoluto, pétreo. Los otros también estaban callados. Dos ojos, seis ojos, ocho ojos, mil ojos. ¡Oh, que angustia!
Me tenían... me tenían... Jugaban con mi desesperación... Se divertían con mi culpa...
De pronto el inspector gruñó:
-¿Y?
Una sola letra, ¡pero tanto!
-¿Y? –repitió- Usted fue el último que lo vió con vida. Y además, muerto. El señor Álvarez no hizo anotación alguna esta vez, señor mío.
No sé por qué mu puse de pie. Tieso. Elevé mis brazos, los estiré. Me estrujé las manos, clavándome las uñas, y al final chillé con voz que no era la mía:
-¡Basta! Si lo saben, ¿para qué lo preguntan? ¡Yo lo maté! ¡Yo lo maté! ¿Y qué hay? ¡Lo odiaba con toda mi alma! ¡Estaba cansado de su despotismo! ¡Lo maté! ¡Lo maté!
El inspector no lo tomó tan a la tremenda.
-¡Cielos! –dijo- Se produjo más pronto de lo que yo esperaba. Ya que se le soltó la lengua, ¿dónde está el revolver?
-¿Qué revolver?
El inspector Villegas no se inmutó. Respondió imperturbable.
-¡Vamos, no se haga el tonto ahora! ¡El revólver! ¿O ha olvidado que lo liquidó de un tiro? ¡Un tiro en la mitad del frontal, compañero! ¡Qué puntería!
Desde entonces se sabe de un hombre que juega ajedrez a ciegas y da simultáneas hasta con cinco tableros al mismo tiempo.